Género

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domingo, 11 de agosto de 2019 · 02:10 hs

Se habla de un mandato de masculinidad que acecha a los hombres como un ideal a conquistar ¿Qué implica ser hombre? ¿Qué es la masculinidad y qué consecuencias tiene en nuestra sociedad?

Frases como “hacerse hombre”, “no seas maricón”, “lloras como una nena”, “poco hombre”, nos dan alguna pauta de que convertirse o ser hombre no es una cuestión de edad sino que se requiere una serie de comportamientos activos y logros determinados; a la vez que implica evitar ciertas conductas asociadas a lo femenino y desmarcarse de las mujeres.

Los hombres tienen que ser protagonistas, ocupar espacio, tomar la palabra, imponerse, encarar a otros hombres, ser exitosos y ganar dinero. No mostrarse indecisos, aparentar fortaleza, potencia y actividad sexual, no pedir ni necesitar ayuda, sexualizar a las mujeres y hablar de sus atributos físicos dejando bien claro que les gustan o no, según si responden a los estereotípos de belleza actuales, y evitar toda manifestación de sensibilidad.

En cuanto a la necesidad de desmarcarse de todo lo femenino, lo podemos advertir desde muy pequeños ante la aberración que sienten los varones hacia los juguetes asignados a las mujeres. Así, los varones saben que este desmarque (que se aprende desde temprano), debe ser completado con sucesivas manifestaciones públicas que impliquen el menosprecio de todo lo vinculado a la mujer con actitudes como: buscar complicidad con otros hombres para hablar despectivamente de las mujeres, reírse de ellas y objetivizarlas, evitar cualquier manifestación de afecto en público hacia ellas so pena de ser tratados de calzonudos (y por tanto, poco hombres), disimular el hecho de que pactan con sus parejas sobre cómo llevar la relación, las tareas de cuidados, las salidas con amigos y la convivencia en general so pena de ser tachados de dominados, evitar decir o dejar ver cuánto bien les hace o cuánto los sostiene compartir la vida con una mujer, etc.

Todo este repertorio de gestos aumentan la virilidad de los hombres y así, incansablemente son repetidos para no perder el estatus logrado.

Pero ¿quién otorga ese estatus o frente a quién tienen que demostrar todo esto para ser considerados hombres?

Curiosamente (y aquí se encuentra el truco) la manifestación de la virilidad debe ser realizada frente a otros hombres, quienes una vez demostrada la hombría del pretendiente, le dan ingreso a la cofradía y lo hacen parte de la corporación masculina.

Logrado esto, en silencio y sin que se note, los hombres buscan alguna alternativa para descansar de esta empresa casi imposible.

Es que la masculinidad es un corset tan estrecho y opresivo, que muchos varones escapan a la misma a través de grietas que habilita este mismo sistema.

Esa grieta somos muchas veces las mujeres, que al mismo tiempo que víctimas y destinatarias de sus rituales y gestos machistas para ser considerados hombres, abrimos un espacio para que ellos puedan expresar su humanidad, sensibilidad, y manifestar sus dudas e incomodidad ante todo esto.

¿Quién de nosotras no tuvo un amigo que acudía incansablemente a conversar sobre su fragilidad con el argumento de que “esto no lo puedo hablar con otros hombres”?

¿Quién de los hombres que leen esta nota no acuden a una amiga mujer o vuestra pareja para hablar de sus miedos y de cómo se sienten en el mundo porque no tienen un espacio entre los amigos para expresarlo?

La masculinidad es un pacto entre hombres que los encierra y convierte en víctimas y victimarios al mismo tiempo, pero que sobre todo tiene consecuencias sociales muy graves. Veamos cuáles.

El caldo de cultivo

Estamos en un proceso de cambio y muchos hombres ya no se identifican con la descripción que hemos hecho más arriba. A esto llamamos “nuevas masculinidades”

Pero la cantidad de femicidios y abusos sexuales cometidos en banda nos dan la pauta de que este mandato sigue vigente en nuestra sociedad.

¿Cuál es la relación entre estos delitos y el mandato de masculinidad?

El mandato de masculinidad lleva al hombre a tener que ser dueño, jefe del hogar, controlar todo lo que lo rodea y mostrar permanentemente su potencia. Esto último lo obliga a una serie de conductas que son el caldo de cultivo para que otros hombres puedan sentirse avalados culturalmente a causar estos últimos grados de agresión.

¿Cómo?

Como bien lo explica la antropóloga feminista Rita Segato, estos delitos son el último gesto de una cantidad de gestos menores que están en la vida cotidiana y que no son delito. El planteo es que todas estas aberraciones no sucederían si nuestra sociedad no fuera como es, porque como explica la antropóloga “la mayor cantidad de violaciones y de agresiones sexuales a mujeres no son hechas por psicópatas, sino por alguien que tiene que mostrarse dueño, en control de los cuerpos, representando la posesión masculina como dueña, como necesariamente potente, como dueño de la vida” Explica la autora que “Los mayores perpetradores no son psicópatas sino sujetos ansiosos por demostrar que son hombres”

Así, sólo haciendo inferior a la mujer, el hombre conquista su estatus de superioridad y por oposición, se hace dueño de la tierra y de su hombría.

No, no todos los hombres.

Quien lee podría sentirse señalado y argumentar que él no es así, que no se identifica con este mandato de masculinidad y que no quiere sentirse responsable de estas consecuencias. Pensará para sus adentros y se tranquilizará diciendo que “no todo los hombres hacemos eso”

Y es verdad. Probablemente tiene razón.

Lo que tampoco hacen todos los hombres y que ayudaría a cambiar las cosas son algunas de las conductas siguientes:

- No permitir que para demostrar su hombría, otros hombres difamen, insulten, se rían o menosprecien a las mujeres.

-Dejar de proteger a otros hombres y no ser corporativos cuando vemos actitudes injustas o difamatorias.

-Expresar incomodidad ante ellos y hacer notar que esa actitud es vergonzosa y humillante.

-Hablar bien de las mujeres que los rodean (entre hombres), de sus habilidades profesionales, virtudes, destrezas, y no sólo destacarlas en roles estereotipados: esta rica, es buena madre, me banca en todas, es compañera etc.

-Conversar con vuestros amigos sobre este tema. Abrir un espacio seguro para que otros hombres puedan mostrar fragilidad, evitando las alusiones y chistes como “no seas minita” que cierran toda posibilidad a expresar emociones.

-Aprender a ver la tristeza y dolor de otro hombre desde nuestra humanidad y no temerle, bajo la consigna de que manifestarla o escucharla pone en peligro la propia masculinidad.

-No consentir la pornografía mediante fotos y videos de whats app donde se objetiviza permanentemente a las mujeres.

-Evitar tratar a las mujeres como seres frágiles que necesitan ayuda o protección.

-Hablar en público bien de los hombres que son frágiles, asumen sus emociones, cuidan a su familia y valoran y respetan a su esposo/a o compañera/a como a un/a igual.

-Evitar chistes homofóbicos y estar atentos a no reproducir que la homosexualidad masculina es “una pérdida de hombría”

-Dejar de asimilar los hombres no heterosexuales a la mujer como insulto.

-No estimular en los niños la agresividad como condición para ser aceptados.

A estas conductas, que surgieron del pensamiento de un foro propuesto en una clase de una Diplomatura de Posgrado sobre el tema “nuevas masculinidades”, pueden agregarse otras infinitas. La clave es ser creativas/os para lograr rediseñar y construir nuevas herramientas que liberen al hombre del miedo al fracaso por no lograr ser aceptados en ese formato que tanto daño nos hace a todas/os.

Buscar una nueva forma de estar en el mundo nos plantea la superación de una soledad muy costosa tanto física como psicológica en la construcción de esa hombría, que implica la exclusión constante de las mujeres, y que en vez de ser compañeras, terminamos siendo vistas como enemigas.

Cargar con la soledad y necesidad de excluir a otra/o en nuestra construcción nos aliena y deja sin poder abrazar la vida completamente. Y es que construir nuevas formas de masculinidades, (en palabras de mi padre) “libera al hombre de practicar una injusticia por un mandato cultural absurdo”

Dicho esto, y como a los hombres les gustan los desafíos propongo uno:

¿Serán los varones lo suficientemente hombres, para decir basta, pararse frente a otros y cambiarlo todo?

- Emiliana Lilloy. Abogada. Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad (UCH-Fundación Protagonistas). Directora en IGUALA Consultora.