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Por qué levantarse temprano te puede hacer triunfar: "El club de las 5 de la mañana"

El Club de las 5 de la mañana es la innovadora e increíble historia de dos personas que desean mejorar la productividad, la prosperidad y la serenidad en esta época de distracciones digitales y de abrumadora complejidad, y conocen a un magnate extraño pero fantástico. Este extravagante y brillante millonario los acompaña en un viaje maravilloso por todo el mundo que mejorará espectacularmente sus negocios, renovará su efectividad y despertará su felicidad así como el sentimiento de libertad personal. Esta obra, que presenta un manifiesto para el virtuosismo y nos enseña a vivir la vida de forma plena además de técnicas para alcanzar la productividad de los genios, te cambiará la vida. Para siempre. Te ofrecemos aquí un capítulo completo del libro de Robin Sharma, de quien hablan todos.

viernes, 15 de marzo de 2019 · 12:08 hs

¿De qué habla ese libro del que hablan todos? MDZ te ofrece aquí un anticipo de "El club de las 5 de la mañana", el trabajo de Robin Sharma, autor de otro best seller, "El monje que vendió su Ferrari". Básicamente, pretende mostrar:

  • Una forma de aprovechar las mananas para conseguir resultados extraordinarios.
  • Una fórmula poco conocida para despertarse temprano con buen ánimo y la energía necesaria para aprovechar el día al máximo.
  • Un método para dedicar las horas más tranquilas del día a hacer ejercicio, renovarse y crecer como persona.
  • Un hábito científicamente probado que nos permitirá levantarnos mientras los demás siguen durmiendo y disponer así de unas horas preciosas para pensar, potenciar nuestra creatividad y empezar el día con calma y sin prisa.
  • Unas tácticas poco conocidas para proteger nuestro talento de la distracción digital.

El libro.

Aquí, un capítulo completo:

2

Filosofía diaria para llegar a ser legendario

No permitas que se extinga tu fuego, chispa a chispa, cada una de ellas irremplazable, en los pantanos sin esperanza de lo aproximado, lo casi, lo nunca jamás. No permitas que perezca el héroe que llevas en tu alma, en solitaria frustración por la vida que merezcas pero que nunca pudiste alcanzar. Revisa la naturaleza de tu batalla. El mundo que deseas puede ser ganado, existe, es real y posible; es tuyo.

AYN RAND

Él era uno de los mejores oradores. Un hombre auténticamente encantador.

Se acercaba al fin de una carrera legendaria. A sus ochenta y tantos años, el Guía era venerado por todo el mundo por ser un gran maestro de la inspiración, leyenda del liderazgo y personaje sincero que ayudaba a que la gente corriente pusiera en práctica sus mayores dones.

En una cultura llena de inestabilidad, incertidumbre e inseguridad, los eventos del Guía llenaban los estadios de gente, de seres humanos que anhelaban no solo llevar vidas magistrales llenas de creatividad, productividad y prosperidad, sino también existir de un modo que elevara a la humanidad. Personas que, al final, se iban seguras de haber donado un legado maravilloso y de haber dejado huella para las siguientes generaciones.

El trabajo de este hombre era único. Transmitía ideas que fortalecían al guerrero que llevamos en nuestro interior y las combinaba con conocimientos que honraban a ese poeta conmovedor que vive en nuestros corazones. Su mensaje enseñaba a la gente normal y corriente a tener éxito en los más altos niveles del mundo de los negocios y, a la vez, a reclamar la magia de haber vivido la vida plenamente. Además, enseñaba como recuperar la capacidad de asombro que dejamos atrás cuando un mundo duro y frío puso nuestro talento natural al servicio de una orgía de complejidad, superficialidad y distracciones tecnológicas.

Aunque el Guía era alto, su avanzada edad lo había encorvado ligeramente. Se movía por el escenario con pasos cuidadosos pero elegantes. Un traje gris oscuro de suaves rayas blancas que se ajustaba a la perfección le confería un aspecto elegante. Y un par de gafas tintadas de azul añadían el toque justo de modernidad.

—La vida es demasiado corta como para ser modestos con vuestros talentos —se dirigió el Guía a una sala que albergaba miles de oyentes—. Nacisteis con la oportunidad y la responsabilidad de convertiros en personas legendarias. Habéis sido creados para llevar a cabo proyectos de la categoría de una obra maestra, diseñados para realizar actividades importantes y construidos para ser una fuerza del bien en este pequeño planeta. Tenéis derecho a reclamar la soberanía sobre vuestra grandeza original en una civilización que ha demostrado ser bastante incivilizada; a recuperar vuestra nobleza en una comunidad mundial donde la mayoría compra zapatos bonitos y adquiere cosas caras, pero que raramente invierte en mejorarse a sí mismo. Vuestro liderazgo personal necesita (corrijo, os exige) que dejéis de ser zombis cibernéticos atraídos constantemente por dispositivos digitales y que reestructuréis vuestra vida para representar la maestría, para ejemplificar la decencia y para renunciar al egoísmo, que limita a las buenas personas. Todos los grandes hombres y mujeres del mundo son personas que dan, no toman. Renunciad a la creencia común de que aquellos que más acumulan son los que más ganan. En lugar de eso, escoged un trabajo heroico: que deje perplejo a vuestro mercado por la calidad de su originalidad y por la utilidad que ofrece. Mientras lo hagáis, os recomiendo que creéis también una vida personal firme en cuestiones éticas, rica en extraordinaria belleza e implacable en lo que se refiere a la protección de vuestra paz interior. Así es, amigos míos, cómo podéis volar entre los ángeles. Y andar junto a los dioses.

El Guía hizo una pausa. Tomó una enorme bocanada de aire. Su respiración se volvió tensa y su nariz emitió un ruido sibilante al inhalar. Miró hacia abajo, a sus elegantes botas negras, pulidas con rigurosidad militar.

Los que estaban en primera fila pudieron ver una lágrima deslizándose por un rostro ajado que, tiempo atrás, había sido hermoso.

Tras unos instantes de tensión que mantuvieron a varias personas de la audiencia revolviéndose en sus asientos, el Guía dejó el micrófono que había estado sujetando con la mano izquierda. Con la mano libre, alcanzó con delicadeza el bolsillo de su pantalón y sacó un pañuelo de lino cuidadosamente doblado. Se limpió la mejilla.

—Cada uno de vosotros tiene algo que decir en su vida. Cada uno de vosotros tiene un instinto de la excelencia en su espíritu. No hay nadie en esta sala que deba quedarse inmóvil junto con la gran masa y sucumbir a la mediocrización masiva del comportamiento evidente en la sociedad, junto con la desprofesionalización colectiva de los negocios que resulta tan obvia en la industria. Limitarse no es nada más que una mentalidad que demasiadas personas buenas practican diariamente hasta que, para ellos, se convierte en una realidad. Me rompe el corazón ver a tanta gente potencialmente poderosa atrapada en una historia que les hace creer que no pueden ser extraordinarias, profesional y personalmente. Debéis recordar que vuestras excusas son seductoras, vuestros miedos, mentirosos y vuestras dudas, ladronas.

Mucha gente asintió. Se oyeron algunas palmadas. Luego se sumaron muchos aplausos.

—Os entiendo. De verdad —continuó el Guía—. Sé que habéis pasado por épocas difíciles a lo largo de vuestra vida. Todos las hemos pasado. Entiendo que podáis pensar que las cosas no han salido como creíais que irían cuando erais niños llenos de fuego, deseo y asombro. No planificasteis que cada día tuviera que parecer el mismo, ¿verdad? Que estaríais en un trabajo que asfixia vuestra alma. Tratando con preocupaciones estresantes y con responsabilidades interminables que sofocan vuestra originalidad y que os roban la energía. Codiciando deseos sin importancia y queriendo satisfacer instantáneamente necesidades triviales, a menudo generadas por una tecnología que nos esclaviza en lugar de liberarnos. Viviendo la misma semana miles de veces y llamando a eso vida. Creedme si os digo que demasiados de nosotros mueren a los treinta, pero los entierran a los ochenta. Así que, de verdad, os entiendo. Esperabais que las cosas fueran diferentes. Más interesantes. Más gratificantes, especiales y mágicas.

La voz del Guía tembló cuando pronunció esas últimas palabras. Tuvo que esforzarse para respirar por un instante. Una mirada de preocupación le arrugó una ceja. Se sentó en una silla color crema que uno de sus asistentes había colocado cuidadosamente a un lado del escenario.

—Y sí, soy consciente de que en esta sala hay muchas personas que ahora llevan una vida que les encanta. Vuestro éxito es legendario en el mundo, estáis completamente implicados en vuestros negocios, enriqueciendo a vuestras familias y a vuestra comunidad con una energía que roza lo sobrenatural. Buen trabajo. Bravo. Y, aun así, también habéis experimentado épocas en las que habéis estado perdidos en el peligroso valle de las tinieblas. Vosotros también habéis experimentado la debacle de vuestro esplendor creativo, así como de vuestra eminencia productiva, convertida ahora en un pequeño círculo de comodidad, miedos e insensibilidad que ha traicionado a los castillos del dominio y las reservas de valentía que hay dentro de vosotros. Vosotros también os habéis sentido decepcionados por los áridos inviernos de una vida vivida sin intensidad. También habéis visto cómo se os negaban muchos de los más inspiradores sueños de vuestra infancia. También os ha herido alguien en quien confiabais. También se os han derrumbado los ideales. También os han destrozado vuestro inocente corazón, dañándoos la vida, dejándola como un país en ruinas tras la invasión de extranjeros ambiciosos.

En la sala de conferencias reinaba un silencio sepulcral.

—No importa dónde estéis en la senda de vuestra vida, no dejéis que el dolor de un pasado imperfecto obstaculice la gloria de un futuro maravilloso. Sois mucho más poderosos de lo que os podáis llegar a imaginar. Victorias espléndidas os esperan en vuestro camino. Y estáis exactamente donde debéis para crecer lo necesario y llegar a tener la vida productiva, extremadamente prodigiosa y excepcionalmente influyente que os habéis ganado tras pasar por las pruebas más duras. Nada va mal en vuestras vidas ahora, aunque parezca que todo se derrumba. Si sentís que vuestras vidas son un desastre en este momento es solo porque vuestros miedos son un poco más fuertes que vuestra esperanza. Con práctica, podéis bajar el volumen de esa voz asustadiza de vuestro interior. Y subir el tono de la faceta más triunfadora de vosotros mismos. La verdad es que cada reto al que os habéis enfrentado, cada persona tóxica con la que os habéis cruzado y todas las dificultades que habéis sobrellevado han sido la preparación perfecta para convertiros en las personas que sois ahora. Necesitabais estas lecciones para activar las riquezas, los talentos y los poderes que ahora se están despertando en vosotros. Nada ha sido un accidente. Nada ha sido en balde. Estáis exactamente donde debéis estar para empezar la vida de vuestros sueños. Una vida que puede convertiros en los fundadores de un imperio y en personas que cambien el mundo. E incluso puede que hagáis historia.

—Todo eso parece fácil, pero es mucho más difícil en realidad —gritó un hombre con una gorra de béisbol roja.

Llevaba una camiseta gris y unos vaqueros rotos, como los que puedes comprar ya rasgados en el centro comercial de tu barrio. Aunque esta interrupción podría parecer irrespetuosa, el tono de voz del participante y su lenguaje corporal mostraban una admiración genuina por el Guía.

—Estoy de acuerdo contigo, ser humano maravilloso —contestó el orador con una elegancia que provocaba un gran influjo sobre todos los participantes y con una voz que sonaba un poco más fuerte tras levantarse de la silla—. Las ideas no valen nada si no van acompañadas por una puesta en práctica. El paso más pequeño para implementarlas tiene más valor que la mayor de las intenciones. Y si ser una persona maravillosa y tener una vida legendaria fuera fácil, todo el mundo lo conseguiría. ¿Sabes lo que quiero decir?

—Claro, colega —contestó el hombre de la gorra roja mientras se frotaba el labio inferior con un dedo.

—La sociedad nos ha vendido una serie de engaños —continuó el Guía—. Que el placer es preferible al hecho terrorífico, pero majestuoso, de que cualquier posibilidad requiere un trabajo duro, una reinvención constante y una dedicación tan profunda como el mar para poder alejarnos diariamente de la seguridad de nuestro puerto. Creo que, a la larga, la seducción de la complacencia y de una vida fácil es cien veces más cruel que una vida en la que lo das todo y adoptas una postura inquebrantable para conseguir tus mayores sueños. «La vida de primera clase empieza donde termina tu zona de confort», esta es una regla que las personas con éxito, influencia y felicidad recuerdan en todo momento.

El hombre asintió. Y varios grupos entre el público repitieron el gesto.

—Desde muy temprana edad se nos programa para pensar que vivir una vida siendo leales a los valores del virtuosismo, el ingenio y la decencia no suponen mucho esfuerzo. Así, si el camino resulta duro y requiere paciencia, pensamos que estamos en la senda equivocada —dijo el Guía mientras agarraba la silla de madera por el brazo y reposaba su delgado cuerpo sobre ella.

»Hemos fomentado una cultura de gente apática, débil, y delicada que es incapaz de cumplir promesas, que huye del compromiso y que renuncia a sus aspiraciones cuando surge el menor de los obstáculos.

Entonces el orador suspiró en voz alta.

—Es bueno que las cosas sean difíciles. Alcanzar la verdadera grandeza y la materialización del genio que hay en vosotros son deportes duros. Solo los que tengan una dedicación suficiente como para llegar a las fronteras ardientes de los confines más remotos podrán ampliar sus propios límites. Y el sufrimiento que sintáis a lo largo del camino de materialización de vuestros poderes especiales, de vuestras habilidades más fuertes y de las ambiciones más inspiradoras es una de las mayores fuentes de satisfacción humana. Un paso clave para la felicidad (y para la paz interior) es saber que habéis hecho todo lo que estaba en vuestras manos para obtener recompensas y que, con esfuerzo y pasión, habéis puesto en práctica vuestra audacia para convertiros en los mejores. Miles Davis, la leyenda del jazz, cruzó ferozmente los límites de lo que en su campo se conocía como normal para explotar por completo su magnífico potencial. Miguel Ángel hizo un sacrificio mental, emocional, físico y espiritual enorme para crear un arte asombroso. Rosa Parks, una simple costurera con una valentía excepcional, sufrió una rotunda humillación cuando fue arrestada por no renunciar a su asiento en un autobús segregado, iniciando así el movimiento por los derechos humanos. Charles Darwin demostró la resolución necesaria para alcanzar el virtuosismo estudiando percebes (sí, percebes) durante ocho largos años, mientras formulaba su famosa Teoría de la evolución. La gran mayoría de nuestro mundo moderno, la que pasa una enorme cantidad de su irremplazable tiempo vital mirando ráfagas de selfis, el desayuno de sus amigos virtuales y videojuegos violentos, tildaría de «locura» esta dedicación a la optimización del conocimiento —dijo el Guía mientras observaba alrededor de la sala como si estuviera decidido a clavar su mirada en los ojos de cada uno de los asistentes.

»Stephen King trabajó como profesor de redacción en un instituto y en una lavandería industrial antes de vender Carrie, la novela con la que se hizo famoso —continuó el envejecido presentador—. Ah, y debéis saber que estaba tan desanimado por recibir devoluciones y negativas que tiró a la basura el manuscrito que había redactado en su vieja caravana, dándose por vencido. Tuvo que ser su mujer, Tabitha, quien descubriera la obra mientras su marido estaba fuera, le limpiara las cenizas, lo leyera y le dijera al autor que era brillante para que King lo enviara a sus editores. Incluso entonces, el anticipo de los derechos fueron unos escasos dos mil quinientos dólares.

—¿En serio? —murmuró una mujer sentada cerca del escenario. Llevaba un sombrero de un verde exuberante del que sobresalía una gran pluma violeta y estaba visiblemente satisfecha de ser fiel a su propio estilo.

—Sí —dijo el Guía—. Y aunque Vincent van Gogh creó novecientos cuadros y más de mil dibujos a lo largo de su vida, empezó a ser famoso tras su muerte. El impulso para crear no lo generaba el combustible para el ego de la admiración popular, sino un instinto más sabio que lo seducía para ver hasta dónde podía desbloquear su poder creativo, sin importar las dificultades que tuviera que soportar. Nunca es fácil convertirse en alguien legendario. Pero prefiero ese viaje a la angustia de estar encerrado en lo ordinario que tantas personas potencialmente heroicas deben afrontar constantemente —dijo firmemente el Guía—. En resumen, dejad que os diga que el lugar donde reside el mayor de vuestros desasosiegos es a la vez el rincón donde se encuentra vuestra mayor oportunidad. Las creencias que os inquietan, los sentimientos que os amenazan, los proyectos que os enervan y el desarrollo de vuestros talentos a los que se resiste esa parte insegura de vosotros mismos son justamente los lugares hacia donde debéis avanzar. Decantaos por esas puertas sin dudar, hacia vuestra grandeza como productores creativos, como buscadores de la libertad personal y agentes del cambio. Y luego abrazad estas creencias, sentimientos y proyectos rápidamente en lugar de estructurar vuestras vidas de modo que queden diseñadas para desestimarlos. Enfrentándoos a las cosas que os asustan es el modo de reclamar un poder que habíais olvidado. Y un modo de recuperar la inocencia y el asombro que perdisteis tras vuestra infancia.

De repente, el Guía empezó a toser. Suavemente al principio, y luego, de un modo violento, como si estuviera totalmente poseído por un demonio que buscara venganza.

En uno de los laterales, un hombre con traje negro y un agresivo corte de pelo habló a un micrófono que llevaba discretamente insertado en los puños de su camisa. Las luces empezaron a parpadear y luego bajaron de intensidad. Algunas personas del público que se encontraban cerca del escenario se levantaron, sin saber qué hacer.

Una hermosa mujer, con el pelo recogido en un simpático moño, una sonrisa tensa y un traje negro y ceñido con un bordado blanco en el cuello, subió deprisa las escaleras de metal que el Guía había recorrido al inicio de su charla. Llevaba un teléfono en una mano y una libreta desgastada en la otra. El sonido de sus tacones rojos repiqueteaba, clic, cloc, clic, cloc, mientras corría hacia su jefe.

Pero la mujer llegó demasiado tarde.

El Guía se derrumbó en el suelo como un boxeador de gran corazón pero con pocas posibilidades, noqueado en el último asalto de una carrera que había sido gloriosa y a la que debía haber puesto fin años atrás. El viejo presentador yacía inmóvil. Un reguero de sangre se escapaba de un corte que se había hecho en la cabeza a causa de la caída. Sus gafas reposaban al lado. El pañuelo permanecía inmóvil en su mano. Sus ojos, antes brillantes, estaban ahora cerrados.

3

Un inesperado encuentro con un desconocido sorprendente

No vivas como si fueras a vivir diez mil años. Tu destino pende de un hilo. Mientras estés vivo, hazte bueno.

MARCO AURELIO, emperador romano

La emprendedora mintió a la gente que había conocido en el seminario, diciendo que había acudido para aprender las fabulosas fórmulas del Guía para la productividad exponencial, así como para descubrir la neurociencia que hay detrás del dominio personal que había compartido con los líderes de la industria. Comentó que esperaba que la metodología del gurú le permitiera conseguir una ventaja inigualable sobre la competencia de su empresa para que su negocio pudiera crecer rápidamente y llegar a ostentar un dominio indisputable. Vosotros conocéis la verdadera razón por la que estaba allí: necesitaba recuperar la esperanza. Y salvar su vida.

El artista había asistido al evento para intentar averiguar cómo estimular su creatividad y multiplicar su capacidad para poder dejar una huella profunda en su campo.

Y el sintecho parecía haberse colado en la sala de conferencias cuando nadie miraba.

La emprendedora y el artista se habían sentado juntos. Era la primera vez que se veían.

—¿Crees que está muerto? —preguntó ella mientras el artista se removía con sus rastas colgando a lo Bob Marley.

El rostro de la emprendedora era anguloso y alargado. Abundantes arrugas y espesas grietas recorrían su frente como surcos en un campo labrado. Llevaba una media melena morena y un peinado que parecía querer decir: «voy en serio y ni se te ocurra jugar conmigo». Era esbelta, como una corredora de larga distancia, y sus flexibles brazos y piernas emergían de una delicada falda azul de diseño. Tenía una mirada triste, que escondía heridas antiguas aún por curar. Y del caos existente que estaba infectando su querida empresa.

—No estoy seguro. Es muy mayor y la caída ha sido muy bestia. Qué fuerte, vaya escena. No había visto nunca nada igual —comentó el artista mientras se tiraba de un pendiente.

—Yo acabo de descubrirlo. No me van demasiado estas cosas —explicó la emprendedora. Seguía sentada, los brazos cruzados sobre una blusa color crema de cuyo cuello colgaba elegantemente una pajarita negra de tamaño colosal—. Pero me ha gustado mucho su mensaje sobre la productividad en esta época en la que los dispositivos destruyen nuestra concentración y nuestra capacidad de pensar en profundidad. Con sus palabras me he dado cuenta de que debo proteger mis recursos cognitivos mucho mejor —continuó con un tono de voz ligeramente formal.

No estaba muy interesada en compartir lo que le estaba pasando y, obviamente, quería proteger su fachada de emprendedora distinguida, lista para pasar al siguiente nivel.

—Sí, ese hombre es total —dijo el artista, que parecía nervioso—. A mí me ha ayudado mucho. No puedo creer lo que acaba de pasar. Qué surrealista, ¿no? 

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