Día de la Antártida

Qué investigan en 2019 los científicos del Conicet en la Antártida

La investigación científica a 60 años de la firma del Tratado Antártico Argentino que permitió la exploración en el continente blanco.

viernes, 22 de febrero de 2019 · 21:43 hs

Desde un desierto blanco y remoto, un día de 1985, tres científicos británicos miraron el cielo y dijeron “eureka”: aquel día los británicos Joe Farman, Brian Gardiner y Jon Shanklin estaban de campaña en la Antártida y descubrieron un agujero en la capa de ozono. El hallazgo se publicó en la revista científica Nature y dio pistas reveladoras del nivel de avance de la contaminación atmosférica, sirvió de alerta a la comunidad mundial sobre la posible expansión del agujero a otras partes del mundo y puso en agenda los peligros para la salud de, por ejemplo, la exposición al sol. Todo eso sucedió gracias a que en 1959, el mundo se había puesto de acuerdo en consagrar a la superficie de la Antártida como un lugar que, por su peculiar biodiversidad, debía ser casi exclusivo para la exploración científica. El Tratado Antártico, firmado por una docena de países -entre ellos Argentina- estableció: “La Antártida será una reserva natural, consagrada a la paz y a la ciencia”. Y así es hasta hoy.

Pasaron sesenta años de esa firma y el Tratado Antártico sigue vigente, ahora reconocido por 48 naciones. Año a año, un puñado de científicos de distintas nacionalidades se embarcan o vuelan para instalarse e investigar en diferentes rincones de sus 14 millones de kilómetros cuadrados, entre ellos, muchos investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). “Trabajar haciendo ciencia en una base antártica es una experiencia única”, comenta desde la Base Marambio Sergio Dasso, investigador principal del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE, CONICET-UBA) y profesor en los Departamentos de Ciencias de los Océanos y la Atmósfera (DCAO) y de Física (DF), de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Dasso se encuentra allí, instalando el primer detector de rayos cósmicos por radiación Cherenkov que se ubica en una base Argentina en la Antártida.

“Acá –agrega Dasso- se combina vivir en un clima tan hostil y en una comunidad cerrada, y realizar ciencia en condiciones extremas similares al aislamiento en una estación espacial”. Entre las maravillas naturales que pudo ver Dasso durante su estadía, enumera desde los diferentes matices que presenta cada día ante sus ojos el mar de Weddell hasta la posibilidad de ver sus impresionantes témpanos flotando. “Por otro lado, aquí el dinero no existe y este aspecto también implica un cambio muy interesante en el modo de vivir”, advierte. En cuanto a lo hostil del clima, dice que “el desafío es extremo: la planificación del trabajo depende fuertemente de las condiciones de cada día, ya que se deben evaluar muy bien como las tareas en función de los vientos, la intensidad de la nieve, la temperatura. La planificación debe ser impecable, ya que aquí no existen lugares donde comprar repuestos o componentes, por lo que todo debe ser exhaustivamente planificado y considerado antes de realizar la campaña”.

Eugenia Moreira es investigadora asistente del CONICET y también forma parte del Instituto Antártico Argentino (IAA) en la División de Ictiología. Como doctora en Ciencias Naturales, participa de campañas antárticas desde 2008. “Tener la oportunidad de hacer ciencia en Antártida es fascinante –dice-. Llegar al continente blanco es una aventura en sí misma. Se puede llegar en avión o en barco, el viaje es largo e impredecible ya que uno queda a merced de las inclemencias del clima. El hecho de que sea un lugar inhóspito con veranos de días largos, aunque fríos y ventosos, lo hace un lugar muy especial; y cada vez que salimos a pescar disfruto de los bellos y cambiantes paisajes, sobre todo de sus hermosos atardeceres, y de sus peculiares animales”.

Para ella, aunque las condiciones climáticas de la Antártida puedan ser difíciles, “es un lugar que brinda un escenario maravilloso y cada temporada disfruto mirando el Glaciar a través de la ventana del laboratorio. El mayor sacrificio de hacer ciencia acá es estar lejos de nuestros afectos, pero se compensa con un grupo humano solidario, con el que se comparten no sólo las experiencias profesionales, se aprende desde la cooperación y la convivencia entre pares, y que sabe que todo esfuerzo es válido cuando hay una pasión que nos motiva a seguir adelante”.

¿Qué hacen los científicos del CONICET en la Antártida?

La actividad científica nacional en la Antártida se desarrolla en campamentos desplegados las bases argentinas –hay seis bases permanentes, llamadas Carlini, Orcadas, Esperanza, Marambio, San Martín y Belgrano II, y siete bases temporarias, bautizadas como Brown, Primavera, Decepción, Melchior, Matienzo, Cámara y Petrel-. También a bordo de buques de investigación y en cooperación con proyectos científicos extranjeros. Toda la actividad está condensada en el Plan Anual Antártico, que año tras año nuclea la actividad que todos los científicos –incluidos los del CONICET- llevan adelante entre el 1 de noviembre y el 31 de octubre del año.

¿Qué están investigando los científicos argentinos del CONICET este año? Según las directivas del Plan Anual Antártico 2018-2019, las actividades que se están realizando comprenden las disciplinas de Ciencias de la Vida, Ciencias de la Tierra y Ciencias Físico Químicas e Investigaciones Ambientales. Dentro de esas disciplinas, los científicos están monitoreando el plancton marino antártico y subantártico; realizando monitoreo de larvas de eufausiáceos; caracterizando las comunidades microbianas y evaluando su uso en procesos de biorremediación de suelos afectados por hidrocarburos; la biología de predadores tope y estimando los efectos del cambio climático en las poblaciones de mamíferos marinos en el sector antártico argentino; relevando, a bordo de buques, tanto las aves como los mamíferos marinos antárticos. También monitorean el ecosistema completo; la dinámica poblacional de pingüinos pigoscélidos; el efecto del cambio climático y de la presencia de xenobióticos sobre especies clave de cadenas tróficas antárticas; llevan adelante una caracterización ambiental y evaluación de la biodiversidad del humedal antártico de Punta Cierva y analizan las actividades biológicas de los polifenoles producidos por las plantas vasculares antárticas.

Además, investigan la cronobiología del aislamiento antártico en las bases Belgrano II y Esperanza a través de la medición de variables psico-fisiológicas (para evaluar el impacto cronobiológico de un año de aislamiento antártico); la colección de amonoideos cretácicos antárticos (con el objeto de definir un marco cronológico de referencia útil para las cuencas Austral y Malvinas); las características paleoambientales y paleoecológicas de las comunidades de vertebrados que habitaron la Península Antártica durante la última etapa del Mesozoico y el Cenozoico; la geomorfología y geología glaciar del norte de la Península Antártica. Asimismo, están realizando estudios paleobotánicos en afloramientos jurásicos del Norte de la Península Antártica; un estudio volcanológico y geomorfológico en volcanes activos de Antártida y los Andes; analizan los efectos del cambio climático global sobre algas marinas bentónicas; el impacto de la fusión glaciaria sobre el plancton de regiones polares; y el océano y el efecto producido por el viento, la marea, el aporte de agua dulce y la topografía del fondo marino para comprender el funcionamiento del ecosistema en la región.

Otros estudios que se harán este año son los de Alta Atmósfera y parámetros relacionados al Clima Espacial (para incrementar el conocimiento del flujo de rayos cósmicos en la península antártica y realizar estudios de Meteorología del Espacio). Además, se avanzará en la instalación del Observatorio Robótico Antártico Argentino, destinado a la medición de meteoros y seguimientos planetarios para estudio de astronomía remotos en la Antártida.

¿Cómo es el clima en el “desierto blanco”?

La Antártida es el último continente alcanzado por los seres humanos y, a diferencia del Ártico, carece de habitantes autóctonos. Tampoco viven en su superficie cangrejos ni arañas. Está cubierto casi en su totalidad por hielo: cerca de un 98 por ciento, lo que representa más de las tres cuartas partes del agua dulce existente en la Tierra. Su población se renueva periódicamente y se concentra, sobre todo, en las bases: está integrada por científicos y técnicos que realizan tareas de investigación y por personal que desarrolla labores logísticas, y es mucho más numerosa en verano, época en la que tienen lugar la mayoría de las campañas científicas.

Tiene un tamaño superior al de Australia y algo menor que el de América del Sur. Es un continente rodeado por océanos. Las montañas Transantárticas, una alineación elevada de unos 4000 km de longitud, dividen el continente en dos partes desiguales: la Antártida occidental y la Antártida oriental. En la Antártida existen algunos volcanes activos, como el de la isla Decepción, en el sector septentrional de la península Antártica, o el Erebus. Se conocen más de 150 lagos ocultos bajo el hielo antártico.

En el día del solsticio de verano (21 de diciembre, fecha en que comienza desde el punto de vista astronómico dicha estación en el hemisferio sur), en cualquier punto situado al sur del círculo polar Antártico, el día tiene 24 horas de luz; opuestamente, en el solsticio de invierno (21 de junio), tiene 24 horas de oscuridad. La temperatura promedio de enero, el mes más cálido del verano, oscila entre 0,4 ºC, en la costa, y –40 ºC, en el interior del continente. Durante el invierno, el promedio se encuentra entre –23 ºC y –68 ºC.

El continente antártico es considerado en parte un desierto, a pesar de la enorme reserva de agua dulce que posee, porque las precipitaciones son escasas, y además, porque al estar el agua en forma de hielo o nieve, no se halla disponible para la flora y la fauna. Los fuertes vientos son característicos de la Antártida. Los temporales de nieve y viento son frecuentes, sin que existan tormentas eléctricas. El viento puede alcanzar los 200 km por hora, con ráfagas aún mayores. Es común que se formen ventiscas o blizzards, que arrastran nieve, que también se conocen como vientos blancos.