Historias de vida

La argentina que trabaja con emigrantes en Canarias

Adolescentes marroquíes llegan solos a la isla española de Gran Canaria en busca de una vida mejor que no siempre logran, en un proceso que los lleva al encuentro con una psicóloga argentina, una apasionada por África adonde viaja para observar a las senegalesas que esperan que sus hijos partan al "exilio elegido"

domingo, 15 de septiembre de 2019 · 10:51 hs

Adolescentes marroquíes llegan solos a la isla española de Gran Canaria en busca de una vida mejor que no siempre logran, en un proceso que los lleva al encuentro con una psicóloga argentina, una apasionada por África adonde viaja para observar a las senegalesas que esperan que sus hijos partan al "exilio elegido".

Durante un viaje de visita a Buenos Aires, donde vino a buscar "mimos de la familia y amigos", Fabiana Lifchitz compartió su experiencia profesional con niños y adolescentes migrantes y con mujeres de Senegal.

Lifchitz trabaja en Gran Canaria, isla española ubicada frente a la costa noroeste de África, adonde llegó con su titulo de psicóloga clínica y psicoanalista de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Allí comenzó su tarea en 1995, y vivió el proceso de la reforma que impulsó el cierre de los manicomios españoles "para que las personas con trastornos mentales tengan los mismos derechos que -por ejemplo- un diabético que se trata en un hospital. No tiene por qué estar encerrada si está tratada correctamente en una comunidad", consideró en diálogo con la agencia Télam. El resultado, según Lifchitz, es que el sistema "funciona porque hay apoyo sanitario, social y jurídico del Estado, con un abordaje psicosocial comunitario".

Ella misma externó su trabajo hace 11 años: "Pasé de trabajar con adultos psicóticos en un hospital psiquiátrico a una Unidad de Salud Mental. También me interesaba el mundo de los niños, investigar. Y ahora mis pacientes tienen hasta 18 años". A ese espacio llegan, sobre todo, adolescentes marroquíes migrantes, que luego de pasar días a bordo de (balsas) pateras inestables, cruzando el mar, son alojados en centros de acogida de menores.

El contacto con estos adolescentes "es muy fuerte, apasionante y complejo", explicó la profesional. Los niños y jóvenes musulmanes migrantes se topan con una mujer rubia "a quien vienen a contarle su historia. No me conocen, son traídos por los educadores del Centro por sus actitudes violentas. No eligen estar ahí", explicó.

Los describe con "una mirada muy penetrante. Y como no manejan la lengua, es muy impactante lo no verbal. El tono, la enunciación, importa mucho", dijo, y agregó que es inevitable que participe un traductor de árabe u que esa presencia dificulta la confidencialidad del vínculo paciente-profesional. "No me quieren contar mucho sobre ese viaje por mar, en general se quedan en silencio. Otros pueden decirlo, y cuando lo verbalizan, la palabra que expresan es: miedo", explicó.

"A veces lloran y cuentan que llegaron para tratar de lograr un futuro mejor, y que abandonaron los estudios. Ahí entiendo que Europa se vende como la panacea. Si realmente supieran con lo que se van a encontrar no llegarían tantos de este modo", consideró.

Para la psicóloga, ese el momento de trabajar con ellos y los educadores "generando pactos que permitan terminar con las actitudes agresivas, las fugas, la violencia y la dificultad para adaptarse a las normas" locales.

A Gran Canaria, por cercanía geográfica, también llegan muchos adolescentes varones de Senegal, en similares condiciones que los marroquíes. Lifchitz comenzó a estudiar y practicar danzas africanas y se involucró con la comunidad senegalesa de la isla, con quienes se sintió "arropada por el sentido de comunidad, de familia" que ellos tienen.

Viajó tres veces a Senegal. La primera junto a una ONG con la que se contactó gracias a la danza. Luego volvió sola. Su mirada se detuvo en las senegalesas porque "en ellas vi la otra parte de la realidad de los chicos que llegan en pateras a Gran Canaria".

"Me gustaría investigar a esta sociedad polígama, para los varones, desde la mirada de estas mujeres. Ellas no pueden hacer el duelo por las ausencias de sus hombres porque no saben si están vivos, o incluso dónde viven. A veces sus maridos vuelven casados con una mujer blanca y sólo regresan por un tiempo", explicó.

"Con los pacientes adolescentes quiero seguir trabajando para acercarme más, generar más confianza, facilitarles la vida", dijo. Y sobre las mujeres senegalesas, quiere escribir en base a sus observaciones porque "ellas no hablan de su dolor y su depresión está disimulada". "Hay que escucharlas, me gustaría que ellas tomen la palabra", concluyó.