Postales Mendocinas

Aquel culto mendocino que hoy vive en situación de calle

Egresó de la escuela Martín Zapata. Era elegante, misterioso, selecto y escuchaba la mejor música del mundo. Hoy, vive en la calle y, cada domingo, se baña y come en el patio de una parroquia mendocina. Desde allí, nos piden tu ayuda

martes, 12 de noviembre de 2019 · 10:01 hs

Qué difícil fue hacer la secundaria en aquellos años adolescentes de la dictadura. Algunos veníamos de barrios francamente hostiles para los paladares conservadores. De un día para otro, debimos parecernos lo más posible a los “chicos bien” que serían nuestros compañeros. Debimos inyectarnos modales burgueses, cortarnos bien cortito el pelo y usar corbatas, blazers, camisas blancas y zapatos lustrados: parecíamos militares en el día de comunión de sus hijos. Además, debimos aprender a tomarnos micros hasta el Centro, porque, en nuestros barrios, no había escuelas secundarias y, por esto mismo, la inmensa mayoría de aquellos niños no pasaban de la primaria: aprendían a firmar, a sumar y escribir mensajes básicos y ya estaban listos para ser empleados en negro de lo que sea, desocupados, domésticas, recolectores de residuos, modistas, albañiles o cosechadores (aún con esta devastadora evidencia, hay gente que cree que la educación de antes era mejor que la de ahora).

Fui uno de los pocos que logró romper el sino trágico de los humildes desplazados. Entré al Martín Zapata, escuela considerada, por su nivel académico y nivel de exigencia, una de las mejores de Mendoza, aunque en otros aspectos más humanos, culturales y morales, el colegio hacía agua de lo lindo.

Un momento de charla, en Mesa Tendida.

Pude entrar gracias a mi vieja y a que se jubiló una de las maestras de mi escuelita barrial, la señorita Persoglio. Mi madre había oído que las mejores escuelas “eran las de la Universidad Nacional de Cuyo” e hizo un trato con la flamante jubilada: que me preparara un año, a cambio de hacerle ropa, porque mi vieja, Doña María, le hacía y muy bien al Corte y Confección.

Así, vestido de gilipollas, un buen día inicié un gran cambio de vida. En esa escuela, me encontré con un aula llena de “cerebritos”, tipos muy capos intelectualmente y en cosas diversas, especialmente vinculadas a las ciencias. En los recreos, de hecho, muchos jugaban al ajedrez y yo pensaba cuándo coño era que se divertían, mientras extrañaba no tener una pelota y un arco. Otra peculiaridad que me alimentaba -sin distinguirme- era mi gusto por el rocanrol, que terminó determinando mi destino, pues me llevó a la poesía y la poesía a los libros y los libros a no abandonar la escuela ni la lucha y, después, me llevaron al periodismo, a trabajar en las cárceles y hasta a encontrar el amor, bueno, los amores.

Mesa Tendida, medio día a la semana es hogar de los que no lo tienen.

Fui pésimo, deplorable alumno: me llevé 33 materias, pero nunca repetí y terminé mi secundaria en el mentado Martín Zapata. Finalmente, sólo trascendí un poco porque jugaba muy bien a la pelota. Lo más importante que aquella escuela me dejó fueron un puñado de amigos, que aún me aman, a pesar de saben cómo me pongo: especialmente el Tano, Claudio, Mariano y Darío, con quienes compartimos andares desde hace 40 años. 

Entre mis muchos compañeros, había uno muy especial, muy cool, zarpado de onda: era esbelto y reconcentrado, misterioso y singular; cargaba con cierto natural glamour y, sobre todo, me generaba interés porque escuchaba hermosas música del mundo del rock, allá a comienzos de los ‘80, bandas hijas del new romantic y el glitter rock. Nunca fuimos amigos, pero nos conectamos por ahí, a través de casettes del Roxy Music de Bryan Ferry y Brian Eno, de los góticos de The Mission, de los dulcemente bellos de The Cure con Robertito Smith, de Joy Division y The Smiths con Morrisey, los Talking Heads de David Byrne y el gran David Bowie, por supuesto, y también de otras bandas más masivas como Queen y The Police.

Roxy Music, ícono musical de los 70 y 80.

Aquel muchacho inteligente y hermoso, talentoso y tímido, llamado Jorge (no se llama así, pero así lo llamaré), volvió a cruzarse por mi vida el domingo pasado: vive en situación de calle, desde hace mucho, solo, enfermo y castigado por los días y sus noches.

Algunos indolentes dirán que vive como ha elegido vivir y otros dirán que sobrevive en el lugar adonde fue empujado por este fucking sistema del orto en el que vivimos, que te obliga a ser productivo y eficaz, cruel y disimulado, correcto y pío, egoísta y cínico; exitosos y disciplinados al fin, pisando seguros por encima de una pradera de cráneos de condenados.

Nunca fuimos amigos, pero nos dimos un abrazo largo y pude sentir claramente sus temblores e imaginé acumulaciones de dolores, malos hábitos y abandonos.

A nuestro alrededor, guardaron silencio unas 40 personas en la misma situación de calle que él, todos jóvenes, con gestos amables y con tremendos dolores en la mirada y la presencia de sus ausencias en los silencios.

La charla en Mesa Tendida.

Ocurrió en el patio de la iglesia católica Santa Bernardita, en el barrio Unimev: allí un solidario grupo de voluntarios, llamado “Mesa Tendida”, los recibe cada domingo y les brinda desayuno, alguna charla bíblica -que incluye ángeles y demonios-, unos chorros de agua bendita, unas duchas para bañarse y un almuerzo comunitario. Esta es la iglesia católica que me gusta, pensé, no la otra, mientras a mi alrededor decenas de Jesucristos, recién bajaditos de la cruz, esperaban la hora del almuerzo.

Hasta allí fui, el otro domingo. Me invitaron a proyectar mi documental de las cárceles y a charlar de encierros, drogas y abandonos. Fui con mi pequeña hija y ella, a los cinco minutos, ya estaba llena de amigos jugando con ella en el patio parroquial.

Terminada la charla, que cerré con un poema escrito a mi madre que leí dos días antes en la cárcel de mujeres Agua de las Avispas, nos dimos abrazos y nos hicimos la promesa de jugar un partido de fútbol y volver a charlar.

Algunas voluntarias de Mesa Tendida.

- No es sencillo abordar a las personas en situación de calle. Hay que fomentar un vínculo y respetar sus decisiones, me explica Graciela, una vieja amiga, que es parte de las voluntarias y recordé que, hace un par de años, a petición de un familiar, intenté acercarme, cuando él cuidaba coches atrás de la Terminal de Ómnibus, pero no llegamos muy lejos.

Entre ese puñado de jóvenes abandonados, está aquel compañero mío, el tipo más pinche cool que haya pisado aquella prestigiosa escuela marcial durante el Proceso Militar: tiene los ojos tristes, necesidad de no entregarse a sus recuerdos y una inocultable vergüenza que lo distingue.

¿Qué respuesta tenemos preparada los mendocinos para casos como el suyo? Ninguna, ni siquiera les permitimos la calle, porque no nos gusta tener a estos Jesucristos a la vista: la basura y los pobres deben buscar cobijo debajo de las alfombras de “la provincia más linda de la Argentina”.

Indigencia

Mendoza es una cueva oscura de historias y sólo asoman la cabeza y respiran aire puro y leen diarios digitales la mitad de la mitad más despiadada, dócil y acomodaticia.

Vuelvo a repasar en mis recuerdos a aquel atildado muchacho que conocí en mi adolescencia. Queda poco de él, aunque, bueno, queda poco y nada de lo mejor de cada uno de nosotros. Sin embargo, al menos, sus recuerdos -cuando se permite desplegarlos- están llenos de buena música.

Ulises Naranjo.

Postdata: Si desean ayudar al grupo “Mesa Tendida”, pueden comunicarse con: Andrea Cortés 2614538950, Sofía Roldán 2613617936 y Graciela Romano, 2616649693. Lo que más necesitan son: voluntarios que sumen a la tarea (sean creyentes o no) y también termos, elementos de higiene (toallas, máquinas de afeitar, champú, dentífricos y cepillos), juegos de mesa, pelotas de fútbol, tablones y sillas. Y, por supuesto, dinero, en particular, para colocar una tela “media sombra” que se rompió con el último Zonda.

[MISSING]binding.image.description

Mesa Tendida”: “Queremos ofrecer una mesa familiar a aquellos que no la tienen. Preparar un momento de acogida, cariño y atención en torno a la comida, como sucede en toda familia o grupo de amigos. El mismo Jesús parte (y se reparte) con nosotros el pan en torno a una mesa todos los días”.

Otras notas de Ulises Naranjo