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A matar o morir: la lucha salvaje por sobrevivir, a pasitos de la Ciudad de Mendoza

Una expedición a las entrañas del piedemonte, aquí no más, en modo NatGeo, para desenchufarnos de nosotros mismos y buscar empatía con la naturaleza.

viernes, 22 de marzo de 2019 · 12:56 hs

Hay que apagar la tele y salir a vivir las aventuras en carne propia. Genera más satisfacciones, en primera persona, pero además hasta puede resultar saludable. Se trata de una caminata por El Challao, hasta encarar por la Quebrada de El Manzano, que no es otra que el pórtico del Cerro Arco, que ya conocemos todos, de lejos o de cerca. Pero todo es mejor de cerca.

Una vez allí te preguntarás: ¿de qué desierto hablaban cuando se referían a Mendoza? En una sola foto vas a ver entre 6 y 10 especies diferentes de plantas que, en su silenciosa existencia, pujan por agua, luz y espacio y ofrecen sus órganos sexuales para el deleite de los picaflores verdes de cola larga, que pueblan la zona en analogía con las moscas que se pueden contar en un tambo.

Allí tenés tu propia experiencia Discovery o NatGeo, sin traducciones neutras absurdas. Lo puede vivir cada uno intensamente.

Por la huella del río seco, siempre tomando el camino de la izquierda, se va a Isidris, en donde ya no está piedra energética famosa pero, dicen, la energía quedó igual.

Allí se puede caminar casi con los ojos cerrados, metafóricamente (porque las piedras y los pozos, la geografía, te harán zancadillas) o atentos a todo el entorno. Se puede ser igual de egocéntrico frente a un espejo, encerrados en el baño o al aire libre, rodeados de vida.

La opción b) es la recomendable aquí. Especies de todo tipo, animales y vegetales, tienen qué decir. Viven su momento de la evolución de la manera más salvaje y menos doméstica posible. En su realidad, hay que luchar para comer, para reproducirse, para que sobreviva ya no "el apellido", sino la especie y, posiblemente, con el mandato genético de que las futuras generaciones resulten mejores y vivan más cómodas.

Por ejemplo, la avispa de tierra no tiene en qué supermercado conseguir "proteínas a base de araña", su platillo principal. Entonces tiene que domar a arañas hasta 10 veces más grandes que ellas, inocularles un brebaje con el que cuentan en su cuerpo y las deja zombies. Luego, las arrastra hasta su nido subterráneo y pone sus huevos en ella, que se mantedrá como comida fresca para las avispitas. Más o menos, digamos, calculemos, como nuestros parientes más lejanos tenían que hacer antes de que nos creyéramos la única especie válida y merecedora de atención del todo el mundo animal.

Mirá el video de la avispa dominando a la araña:

Y ahora, la fuerza brutal para arrastrarla hasta su nido:

Todo eso (y muchísimo más) pasa en el piedemonte mendocino, a pasitos de la Ciudad de Mendoza, en un entorno de montes suaves y otros no tanto, que nos desafían a ser montados y creernos semidioses o no, que invitan a detenernos en ellos y mirar hacia abajo, hacia arriba, hacia los costados y comprender que no estamos solos con nuestros deseos y pensamientos ni el único ruido perceptible es la respiración propia.

Mejor, la experiencia de cada uno y por eso animamos a hacerlo. Porque te hará bien. Y nos hará humanos menos autosuficientes, probablemente, y más comprensivos del lugar al que pertenecemos, como sostiene el antropólogo Yuval Noah Harari, que apuesta porque la humanidad termine empatizando con el resto de la naturaleza, sin ser forzada a ello, solo por evolución, tras milenios de adolescencia destructiva.

Algunas imágenes, abajo. Sumale las tuyas.

La araña sube a su huevo para que nazca su cría:

La araña sube a su cría por nacer.
La araña y su cría.
Challao
Challao
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Challao
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Textos, fotos y videos (y caminata también): Gabriel Conte