Cómo sobrevivir a los tics y a los tocs, suponiendo que tengas alguno
No siempre nos resulta fácil darnos cuenta de que alguna obsesión se está apoderando de nosotros. Aunque, a veces, sí
Es realmente muy difícil ordenar correctamente los billetes que tienen dibujados animalitos. Los ponés como creés que corresponde para que estén al derecho, y la parte de atrás te queda boca abajo; complejo definir el anverso y el reverso y, en definitiva, se te hace imposible poder ordenar la billetera. Los que tienen próceres son más fáciles: el prócer es el anverso, y la cabeza es la parte de arriba, ahí no hay discusión, por lo que el tiempo destinado a ponerlos en su posición correcta es significativamente menor. Por otro lado, una de las grandes ventajas de que no haya billetes de más valor, está en que es más fácil también colocarlos de mayor a menor: los de cincuenta o menos, ya no sirven ni para caramelos… Hay quien me quiere convencer de que tengo un toc por pretender ser, simplemente, ordenado con mis billetes; y después por supuesto sacarme los gérmenes con alcohol en gel. ¿Pero qué esperan, que por evitar que me estén mandando al psicólogo en cada esquina, me termine llenando de bichos?
Siempre tuve algunos tics eso sí; en mi niñez pestañeaba desenfrenadamente, sobre todo cuando me agarraban los nervios, pero nunca pasé al formato clínico de los tocs, creo. Soy de hacer cosas divertidas, como eso de poner el despertador del reloj en horas raras, 8:02 por ejemplo, aprovechando la exactitud que nos da la tecnología del siglo XXI. Antes le dábamos cuerda al mamotreto ese que teníamos en la mesita de luz y en el relojito chiquito (que el despertador tenía para poner la alarma) hacíamos nuestro mejor esfuerzo por acertarle a la hora en la que nos queríamos levantar; lo poníamos en una hora que era aproximadamente
entre las “y cuarto” y las “menos cuarto”, y nos aguantábamos después si llegábamos tarde: la tolerancia de los despertadores de antes era bastante amplia. ¿Por qué sería un toc aprovechar ahora para dormir dos minutos de más? De menos nunca, eso sí, 7:58 bajo ningún concepto.

Conozco a una persona que siempre que sale de su casa se vuelve para revisar que la puerta esté cerrada con llave y le pone y le saca la alarma al auto un par de veces, siempre dudando de si lo había hecho, o si no. Según me cuenta, hasta ahora siempre ha cerrado bien a la primera, todas las revisiones han sido en vano; pero, en definitiva, si tiene la duda, pobre, que revise no está tan mal, ¿no? Aunque parece que siempre revisa… en fin.
Me vuelvo a mi casa. Voy por la vereda, saltando las baldosas rojas; no las piso desde que iba a la primaria y he llegado hasta a cruzar a la vereda de enfrente si es que todas las baldosas son de ese color. A quien se le ocurre tener una vereda completa de baldosas equivocadas, madre mía, hay cada personaje... Mientras avanzo, cuento los pasos que voy dando, atendiendo a que
no sean, por supuesto, más de cien por cuadra; si es necesario voy dando zancadas más largas al ir llegando a la esquina, pero eso sí, no más de cien por cuadra.

Llego a mi domicilio. La puerta de ingreso está correctamente cerrada con llave: bien por mí. Entro y guardo las compras en la heladera, los lácteos al fondo, lejos de la puerta, porque si les da el calorcito cada vez que la abro, capaz que se echan a perder; voy a guardar la bolsa, aunque ya tengo un cajón lleno. ¿Y si mejor la tiro? ¿Pero como saber que no la voy a necesitar después? Una buena respuesta sería la que me di recién yo mismo: tengo un cajón lleno de bolsas. Ma si, la guardo; una más no le hace.
En fin, se me hizo tarde, me voy a dormir, que mañana será otro día. Pero antes de salir hacia mi dormitorio, noto que el cuadrito de arriba del sofá está ligeramente inclinado: lo enderezo, por supuesto; no, si al final, menos mal que nadie me ve, si no me acusarían de tener más tocs que años, ja. Pará: ¿me tomé la pastillita de la alergia? Creo que sí. Pero ya me está picando el brazo, capaz que me la olvidé. Vamos che, no me puede agarrar alergia tan rápido, si ayer sí la tomé; bah creo que ayer la tomé. Pero el brazo me pica; en fin, me la tomo de vuelta, si en definitiva, no creo que me vaya a hacer tan mal una mísera pastillita de más.
Llego a la habitación, me desvisto, ordeno la ropa, pantalón abajo, remera arriba, las pantuflas perpendiculares al costado de la cama, a media distancia entre la cabecera y los pies, para poder encontrarlas fácil en la oscuridad cuando me dé la gana de ir al baño más tarde. Abro la cama. Apago la luz. La prendo. La apago. La prendo. La apago…

* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido.
Instagram: @prgmez

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