Coleccionistas buscan traer de vuelta la jarra de pingüino a la mesa de los argentinos
Con el deseo de mantener viva una tradición, Alejandro y Joaquín empezaron a coleccionar jarras de pingüinos. MDZ habló con el filósofo y el programador, para conocer a fondo su proyecto.
Una colección puede esconder un deseo movilizador, una afición, un sentimiento, un impulso curioso y hasta un recuerdo -a veces de momentos; otras, de personas-. Detrás de la recopilación de cada grupo de objetos, en todas las formas, tamaños y colores que existan, hay una o varias personas que estudiaron a fondo el origen, la historia y las curiosidades en torno a ello. Precisamente, eso es lo que hizo Alejandro Frango a lo largo de veinte años, al seguir la ruta de un elemento que fue crucial en la mesa de los argentinos -y de los europeos, también-, y que hoy, busca traerlo de regreso. Pero no estuvo solo en su cometido. Un joven de ventitantos, Joaquín Martínez, se sumó al proyecto, iniciando una amistad que rompe barreras generacionales con un fin común: coleccionar y difundir todo sobre las míticas -y, un poco, olvidadas- jarras de pingüinos.
Alejandro es filósofo y coleccionista de jarras de pingüinos. Fue guía turístico, profesor de varias cátedras universitarias y viajó por todo el mundo. Paseando por el mercado de pulgas de la costa de Perú se vio atraído por un ejemplar en particular. Así fue que, en marzo de 2004, compró la primera jarra, de una colección de más de 260, a menos de US$0,60. Pero su curiosidad no le permitió irse a dormir tranquilo tras esa compra. Frango tenía una duda y quería resolverla. Entonces, inició una búsqueda acerca del origen de las jarras de pingüinos, pensando que era un objeto meramente argentino debido a la importancia que tenían a la hora de servir el vino en los hogares, décadas atrás.
“Siempre me pareció un objeto rarísimo para meter en el vino, porque si hay un lugar donde el vino no puede producirse, es donde habitan los pingüinos. La segunda cosa, que también tiene que ver con la extrañeza, fue que de todos los países que tienen pingüinos y producen vinos, léase Nueva Zelanda, Australia, Chile, Sudáfrica, Argentina y Uruguay, el único que decidió colocar el vino en jarras de pingüinos, somos nosotros”, cuenta Frango con lujo de detalles, en una charla con MDZ.
Mirá la entrevista a los coleccionistas de jarras de pingüinos
Esa búsqueda, impulsada por la extrañeza que tenía ese objeto para él, resultó en 141 entrevistas que hizo a lo largo del país. Sin embargo, según cuenta el profesor, 140 comenzaban con un “no sé”, seguido por una historia inventada. Aun así, llegó a su objetivo cuando vivió en el pueblo Saussine, ubicado al sur de Francia, siendo él el noveno habitante del lugar. Allí, se volvió a topar con una jarra de pingüinos y, derribando todo lo que él creía hasta el momento, se enteró de que el origen de la misma era, nada más ni nada menos, europeo.
“Me explican que, en 1860, compitiendo con Inglaterra, que había desarrollado ya la revolución industrial, Francia estaba perdiendo como en la guerra. Entonces lo que quiere es tener más operarios, más obreros en la ciudad y sacar campesinos pobres. Y dicen: ‘Hay un montón de pueblitos donde hay gente que fabrica vino y tiene solamente una hectárea, media hectárea. Nosotros necesitamos esa mano de obra que vengan a las ciudades, pero tenemos que hacer un argumento para decirles que no pueden producir más el vino de mesa. Vamos a dejar los grandes vinos en las grandes bodegas’”, comenzó a enseñar el filósofo.
“Entonces, con el argumento de salubridad de higiene, les dicen prohibido, de aquí en más, vender el vino desde un tonel a una jarra. Los tipos contraatacan y dicen: ‘Nosotros vamos a seguir produciendo vino’. Y entonces copian el movimiento de Art & Crafts, de William Morris en Inglaterra, y comienzan a hacer gallos, pingüinos, leones, vacas, ovejas y elefantes. Y dicen: ‘Vamos a servir estos vinos con esta jarrita, y se acaba el problema’. El gobierno acepta; conservan eso”, siguió comentando Frango y agregó la relación de las jarras con la cultura argentina: “Misma situación en Italia; misma actitud. Cuando viene la gran inmigración, sobre todo a Mendoza y a San Juan, traen juntamente con su olor a ajo y sus esperanzas, un montón de estas jarras. Trajeron gallos, trajeron patos, trajeron avestruces. Y el que quedó acá, por una asociación de la Patagonia Argentina, Patagonia chilena, y por tener la sexta población de pingüinos del mundo, fue el pingüino”.
Cada año, Alejandro fue adquiriendo, ya sea por compras, regalos o donaciones, más y más jarras de pingüinos. Pero quería que su proyecto creciera y desembocara en el mundo virtual, y que así todo el mundo pudiera instruirse acerca de la historia de esas excéntricas jarras en un Museo Virtual. Ese deseo lo llevó a contactarse con un joven que iba a la misma universidad en la que dio clases. A pesar de que el día en el que Frango dejaba su puesto como profesor en esa institución y, en contraparte, el joven recién empezaba a trabajar, sus caminos se cruzaron por un hecho de lo más cotidiano: al coleccionista no le funcionaba el audio del celular. Y, ¿qué mejor que un joven centennial para resolver ese problema? Maravillado por la capacidad de Joaquín Martínez para brindar una solución en cuestión de segundos, el filósofo le ofreció encargarse de la creación del sitio web de jarras de pingüinos.
“Yo soy tres generaciones más chico que él. Él se jubilaba y yo entraba a trabajar en ese lugar, en el área de sistemas, en el desarrollo y diseño web. Él, un día, en pandemia, me llamó diciendo: ‘Vos que sabes usar la computadora y y hacer todas esas cosas de tecnología, ¿te animás a hacer un museo virtual de jarras de pingüinos?’. Le dije: ‘Sí, se puede. ¿Cuántos pingüinos tendrás? ¿Diez?’. Y me dijo: ‘No, tengo 250’. En ese momento me invitó a tomar un café en la casa para mostrarme toda la colección. Era una locura. Y después, pensar en todo el trabajo que íbamos a tener que realizar, que era digitalizar cada pingüino; a cada pingüino había que tomarle fotos desde diferentes ángulos; después, darles un código para seguirlo; un inventario, básicamente. Y fue como toda una digitalización de los pingüinos para que el museo sea totalmente virtual”, relató Joaquín Martínez su llegada al proyecto en agosto de 2021.
Ambos coinciden, a pesar de la diferencia generacional, en la importancia de dignificar la jarra de pingüino. Con ese objetivo crearon el Museo Virtual de La Jarra de Pingüino (jarradepinguino.com), una cuenta de Tik Tok, en la que se hicieron virales con varios videos, y una cuenta de Instagram, además de lanzar un libro de la colección en marzo pasado. “En el museo, vas a entrar en las seis salas, ver cada uno de los ejemplares; están digitalizados todos los individuos y la historia. Hay toda una construcción de creación, porque los nombres son nuestros”, señaló Frango.