El resurgir del rock o la era del trap: quién ocupará el trono de la resistencia cultural
La decisión del Gobierno de eliminar del Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del Teatro, abrió el debate sobre el rol que tendrá el arte durante la presidencia de Javier Milei.
El 19 de noviembre de 2023 el líder de la emergente Libertad Avanza, Javier Milei, fue elegido como el nuevo presidente de los argentinos, inaugurando así una nueva etapa en la historia de la política nacional. Su arribo al poder se construyó sobre la necesidad de un cambio de época, concepto que mantuvo mientras hizo campaña y que profundizó aún más desde el búnker libertario cuando, consumada su victoria en el balotaje que lo enfrentó con el candidato oficialista, Sergio Massa, prometió cumplir a rajatabla el contrato firmado con esa porción de la sociedad que confió ciegamente en él para concretar su promesa de “terminar con la casta”, aún, a pesar de las advertencias vertidas por diversos sectores sobre el impacto que podría suponer para la vida de los argentinos una victoria del hombre motosierra.
Si barrer con los privilegios de la política fue el slogan que le permitió amalgamar el hartazgo de una sociedad machucada por la inflación desenfrenada, la pérdida constante del poder adquisitivo y la bronca por las oportunidades perdidas, Milei encontró en Panic Show, su himno. Poco importó que la masa juvenil rendida ante el discurso del libertario desconociera el origen de la canción compuesta por La Renga en los albores de los 2000 o estuviera poco informada sobre el contexto de feroz represión policial en el que fue escrita. Ni siquiera el intento del trío de mataderos por frenar la apropiación logró detener el usufructo; el hombre de la cabellera anárquica se ocupó de gritar "yo soy el león" sobre cada avenida, escenario o microestadio que pisó en los últimos dos años. Ya había hecho lo mismo con "Se viene", el clásico que la Bersuit Vergarabat lanzó en 1998 para advertir sobre el estallido social que se estaba gestando en la Argentina menemista y que explotaría bajo el gobierno de Fernando De la Rúa, en 2001.
Milei no necesitó de un colectivo artístico que lo respaldara, le bastó con la apropiación cultural de dos clásicos argentinos para amplificar su discurso aparentemente "revolucionario". Incrédula, a la escena rockera no le quedó otra que observar impávidamente como un hombre con aires mesiánicos le quitaba una de sus banderas más preciadas: la postura revolucionaria. Ninguna novedad. La tesis sobre del avance confiscatorio neoliberal había sido expuesta por el historiador Pablo Stefanoni en su libro "¿La rebeldía se volvió de derecha?" de 2021, cuando planteó como las fuerzas más conservadoras son las que hoy levantan las banderas de la indignación y la rebeldía que, otrora, pertenecieron a sectores más progresistas.
Históricamente, la música fue el dique de resistencia cultural frente al nacimiento de administraciones conservadoras. Así como el movimiento punk fue el contrapeso perfecto al monetarismo, el cierre de industrias, la represión y la privatización de los servicios públicos impulsados por Margaret Thatcher a finales de los '70 y comienzo de los '80 en el Reino Unido, la intervención de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam y el envío a la batalla de miles de jóvenes propiciado por el entonces secretario de Estado y Seguridad Nacional estadounidense, Henry Kissinger, posibilitó el nacimiento del hipismo, dando lugar a una época de creatividad absoluta en la música de Estados Unidos a finales de los años 60 y principios de los 70, que alcanzó su estado de mayor ebullición durante el festival de Woodstock en 1969.
En Argentina, por su parte, ese bastión de resistencia social frente al status quo del poder real siempre estuvo en manos del rock, ese género en el que históricamente se escudaron las masas juveniles para enfrentar al poder. Si la censura a la música anglosajona impulsada por el general Galtieri durante la Guerra de Malvinas en 1982, fue el anabólico que necesitaba la música en castellano (contrariamente a lo buscado por el gobierno de facto) para denunciar los crímenes de la última cívico militar (1976-1983), las relaciones carnales con Estados Unidos durante la etapa menemista en los '90 profundizaron la identidad nacional del género como contrapeso a la pizza y el champagne. Ojo, hubo una parte de la escena rockera que encontró en ese contexto una nueva forma de hacer dinero: los MTV Unplugged. Si bien es cierto que la plataforma estadounidense potenció el ascenso de artistas como Soda Stereo o Los Fabulosos Cadillacs, sería injusto no admitir que el arribo del canal norteamericano no incidió en la política de colonización cultural que Estados Unidos intentó aplicar en la región durante ese periodo.
El arribo de los 2000 le permitió al rock desarrollar una asombrosa capacidad para absorber el dolor argentino, interpretar la indignación colectiva y exponer el caldo de cultivo generado por el Gobierno de la Alianza, que sumergió al país en una crisis sin precedentes. En ese contexto, el rock fue casi el dueño absoluto del termómetro social. Solo la aparición de la cumbia villera a fines de los '90, ese fenómeno popular que irrumpió definitivamente en los primeros años del siglo XXI, cuando inundó la televisión con letras que relataban lo que ocurría en las barriadas destrozadas por la crisis, pareció disputarle (al menos por un rato) la hegemonía discursiva para explicar la realidad nacional.
No fue solo un amplificador social de la crisis, el género también padeció los avatares de la corrupción y el negocio de la política. El 30 de diciembre de 2004, cuando el rock chabón estaba en su etapa de apogeo y Callejeros celebraba su maratónico ascenso en el boliche República de Cromañón, una bengala incendió parte del techo generando un incendio que dejó 194 muertos, 1.500 personas heridas y miles de almas marcadas por la mayor tragedia no natural de la historia argentina.
El regreso del rock, la era del trap o la hora de un nuevo movimiento.
"Les guste o no les guste somos el nuevo rock and roll". La frase pertenece a "Sangría", la colaboración que Trueno (Mateo Palacios) y Wos (Valentín Oliva) hicieron juntos en el 2022 y que, más por voces ajenas a la escena que propias, generó polémica. No fueron pocos quienes interpretaron esas palabras como una provocación juvenil de la escena trapera hacia el rock nacional, algo así como "somos los pibes que venimos a ocupar el espacio que nos pertenece porque ustedes ya no lo hacen".
El tiempo hizo que la tesis sobre presuntas rivalidades se fuera despedazando. Ciro y sus persas compartieron escenario con Wos en el Cosquín Rock 2022 cuando construyeron una versión superadora de "Pistolas", la canción incluida en el disco Ay ay ay de Los Piojos de 1994, mientras que los Fabulosos Cadillacs durante su gira por México, invitaron a Trueno para que los acompañara en Mal Bicho. En el medio, Valentín Oliva se dio el gusto de compartir grabación con Ricardo Mollo, el líder de Divididos e ícono del rock rioplatense que le puso voz a "Culpa", tema del disco "Oscuro Éxtasis" que el freestyler lanzó en 2021. Trueno hizo lo propio con Dos Minutos en 2022, cuando la referencia del punk rock nacional lo citó para colaborar junto a Campino, el líder de la formación alemana Die Toten Hosen, en "Ya no sos igual". No fueron guiños aislados ni fueron los únicos, es cierto, pero sirven de referencia para explicar como se fue cocinando el traspaso generacional de la resistencia.
El acercamiento entre los estilos musicales puede explicarse a partir de una virtud que el trap trae de fábrica: la colaboración. Esa forma de entender la industria desde una perspectiva diferente y con una mirada mucho más cooperativista, tiene base en El Quinto Escalón, la competencia de freestyle que nació en el barrio porteño de Caballito y puso en órbita a varios de los traperos más conocidos: Duki, Wos, Wolf, Neo Pistea o Acru. El resto lo hizo internet. Es que a diferencia del rock, las nuevas caras de la música argentina nacieron y se desarrollaron íntegramente en la era digital. Los nuevos artistas prescinden de las compañías discográficas porque ya no las necesitan. Escriben, componen y comparten su música desde su habitación, sin importar donde viven, si hay una pandemia mundial o habitan en la Patagonia o el Litoral. Bizarrap, Cazzu, María Becerra, Emilia Mernes, Dillom, L-Gante o Nicki Nicole, por citar algunos casos, operan como claros ejemplos de lo que se percibe como un cambio de época.
Estamos ante una generación que crea, comparte, escucha y colabora mutuamente a través de las redes sociales; y desde ahí se multiplica. Lejos quedaron los enfrentamientos entre los diferentes nichos del rock nacional. Los pibes carecen de esa faceta confrontativa y eligen apoyarse en vez de criticarse, o encontrarse en vez de separarse. Ese germen colaborativo que se expande por internet no pretende expulsar viejos artistas, todo lo contrario, los incluye. Mientras, Dillom graba con Miranda, Nicki Nicole le pone voz a Venganza, el tema que la banda uruguaya con raíces argentinas No Te Va a Gustar compuso como reflejo de la lucha contra la violencia de género y Acru dice presente en FA, el ciclo de sesiones comandado por Mex Urtizberea, para ponerle su impronta a "Alta Suciedad".
Pero, ¿puede el trap reemplazar al rock como bastión de la resistencia cultural? ¿Le interesa ocupar ese lugar? ¿Tiene las herramientas para hacerlo? ¿Culminó la era del rock? ¿Puede la conflictividad social motorizar su resurgimiento? ¿Hay lugar para la aparición de un nuevo estilo musical como ocurrió con la cumbia villera? Todas son preguntas válidas, aunque aparentemente difíciles de responder.
Enterrado el debate que pretendíó enfrentar dos generaciones de artistas, el foco se trasladó rápidamente al rol que ocupará el trap en la argentina libertaria. Mientras los nostálgicos de la resistencia rockera ven que la crítica al poder real, la violencia institucional y la injusticia solo es expresada por un puñado de artistas, otros entienden que, en realidad, las nuevas generaciones solo pretenden canalizar sus propias demandas o preocupaciones. O quizás sea al revés, y las inquietudes de las nuevas generaciones no sean las mismas que las que teníamos los jóvenes en los '90.
El resurgir del rock como trinchera del aguante tampoco significaría una sorpresa. De hecho, ningún otro género se ha nutrido tanto de las crisis nacionales como inspiración de las canciones más hermosas que se hayan hecho por estas latitudes. Por ahora solo ha tenido movimientos espasmódicos, es cierto. Dárgelos y su frase sobre la lucha "cuerpo a cuerpo" como augurio a lo que puede ser una etapa de conflictividad social en el país o la presencia de Santiago Motorizado en la cena solidaria que tuvo lugar el 24 de diciembre en el Congreso de la Nación, aparecen como faros en la oscuridad de la noche que aún no deberían ser percibidos como un movimiento sincrónico en el accionar de los artistas.
Ante el avance libertario sobre el financiamiento del Instituto Nacional de la Música y la eliminación del Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del Teatro, miles de artistas ocuparon las esquinas en miles de ciudades argentinas para oponerse a las modificaciones que Milei pretende imponer a través de la Ley ómnibus. Si fue la primera de una serie de manifestaciones que pueden desencadenar una era renacentista del rock, es pronto para saberlo. Sin embargo, como ya sabemos, el rock and roll no morirá jamás.