El difícil arte de escabullirse de festejos no deseados
El teléfono celular le sonó con el pitido corto, ese que indica que ha entrado un mensaje; y efectivamente, así era. La lucecita de arriba del celu titilaba, reiterando lo que ya el sonido le había avisado: tenía un mensaje de texto en la app que habitualmente utilizaba, y desde un número desconocido. Movió la cabeza a ambos lados mientras desbloqueaba al dispositivo, con pocas esperanzas de que fueran buenas noticias; y como cada vez que le llegaba un texto de alguna persona que no tenía en su lista de contactos, empezó a bufar aún antes de abrirlo, porque en esas ocasiones las opciones no solían ser muchas: o se trataba de una promoción en la que pretendían que pagara de más por algo que no necesitaba, o de una encuesta que bajo ningún concepto pensaba contestar.
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En ninguno de los dos casos le interesaba en lo más mínimo la cosa, pero de todos modos no podía evitar abrir el mensaje, para luego sí, denunciar al número y bloquearlo para impedir futuras interrupciones. Pero en este caso específico, y salteándose todas las previsiones, el contenido del texto le causó una extraña sorpresa… -A la salida de la ofi, nos juntamos en el bar de enfrente a festejar el Día del Amigo, venite con nosotros, te esperamos.!!!!!!
El exceso de signos de admiración cerrando a la oración le daba a la frase un énfasis raro, sumado al hecho de que el supuesto “amigo” que le enviaba el mensaje no era ni remotamente amigo, ya que ni siquiera lo tenía entre sus contactos; pero en fin, no pudo menos que intentar averiguar de quién se trataba. -¿Quién sos? – respondió delicadamente –no te tengo entre mis contactos… -Soy el Cacho, de la ofi que está en el otro piso que la tuya, como que no me tenés agendado, jajajajajajaja
Foto: MDZ.
Nuevamente el exceso al cierre de la oración; en este caso, a falta de signos, abuso de jotas. intercaladas entre sí, al parecer pretendían ser risas. Y por si esto fuera poco, el Cacho era el pelado insoportable que siempre saludaba a los gritos, de tal forma que resultaba imposible no darse cuenta de que el saludo se estaba generando, eliminando la posibilidad de esquivar al saludarte, y a la que parecía ser su eterna alegría.
Pero la pregunta realmente importante era ¿por qué me invita a mí? Y la respuesta era obvia: el Cacho era de creer que sus miles de amigos en las redes sociales eran realmente sus amigos, y seguramente los había invitado a todos al festejo, así como a todas las personas que trabajaban en los distintos pisos del edificio, y quizá a los de toda la manzana; como saberlo. Por lo que la velada
se convertiría muy probablemente en una charla entre gente desconocida, a los gritos, en un bar que para la ocasión seguramente había retocado los precios más allá de lo que el contexto inflacionario de todos modos le sugería.
¿Pero cómo escapar sin quedar como una persona antisocial? El Cacho se veía en la app como que seguía “en línea”, y además “escribiendo”. Aunque ahora dejaba de escribir, y ningún nuevo mensaje llegaba… y de vuelta escribiendo… y así, mientras la forma de esquivar al convite seguía siendo, circunstancialmente, solo la falta de respuesta. -¡Qué buena idea, Cacho! –mintió descaradamente –pero lamentablemente ya quedé para juntarme con mis compañeros y compañeras de la secundaria…
Foto: MDZ.
Nuevamente el Cacho se veía escribiendo, ahora no, ahora de vuelta, realmente era hora de replantearse el tener el doble tilde azul activado: esto se le estaba convirtiendo en una espera insalubre. -Pero como vas a preferir a esa manga de viejos antes que a tus amigos verdaderos, los que ves todos los días en la ofi jajajajajajajajajaja. La situación había ya cruzado el límite soportable para su humilde cerebelo. Las jotas y las aes eran realmente demasiadas para sus ojos, que estaban ya profundamente cansados a esta hora por tantos éxceles y words en la pantalla de la compu.
Suspiró profundamente, hizo click en “agregar contactos”, puso en el campo del nombre “el pelado salame de la ofi del otro piso”, y acto seguido, por obra y gracia de la tecnología, lo bloqueó. Lo bloqueó de la app de mensajes, lo bloqueó también en el celular, y por último de la posibilidad de encontrárselo en el pasillo, utilizando el viejo método de salir disparando de la ofi, sin siquiera limpiar el mate, para escabullirse por las calles de la ciudad entre la gran cantidad de personas que circulaban por la zona.
Allí, miles de transeúntes se abrazaban efusivamente entre llantos y palmadas, aunque la gran mayoría de ellos son de esos que nunca se encuentran disponibles en el momento en el que se hace indispensable llorar por un amor perdido, o ante la necesidad de tomar elixires no aptos para conductores hasta que la vista se nuble (situaciones que más de una vez van de la mano). En definitiva, por qué no decirlo, que tantos saludos se veían como jotas y aes, pero aplicadas manualmente en forma de palmada sobre los inocentes omóplatos que cargaban físicamente, ellos sí, con las penas cotidianas de cada uno de sus dueños, no solo en el día del amigo, sino todos y cada uno de los días no festivos a lo largo del año…

