Educación e historia

Mendoza y la educación como política de Estado

Entre congresos, terremotos, leyes y el Cerro de la Gloria

Gustavo Capone
Gustavo Capone martes, 10 de octubre de 2023 · 13:01 hs
Mendoza y la educación como política de Estado
Foto: ALF PONCE MERCADO / MDZ

Mendoza fue recientemente sede del Congreso Internacional de Alfabetización, Lectura y Escritura que contó con la presencia de destacados especialistas, ministros y secretarios de educación de América Latina junto a autoridades del Banco Mundial. El evento organizado por el gobierno mendocino y el Banco Mundial concluyó con la firma de un “Acta de Compromiso” para reforzar el trabajo en pos de la importancia de la alfabetización como cimiento para el desarrollo individual y colectivo de toda Latinoamérica. Aquella vanguardista Ley de Alfabetización sancionada en Mendoza por la legislatura provincial un año atrás (2022) sirvió de nexo convergente y base sólida para reafirmar que la educación como política de estado en Mendoza tiene raíces históricas.

He aquí algunos ejemplos de la ponderación que la educación y la cultura tienen para los mendocinos a lo largo de los tiempos.

Terremoto de 1861

La provincia de Mendoza quedó devastada por el terremoto del 20 de marzo de 1861. Paralizada y sumergida en un caos. Y aunque los temblores habían castigado históricamente la región, aquella “ciudad de barro” que tenía 300 años desde la llegada del español (1561) quedó convertida en una montaña de adobes en minutos. Había que empezar de nuevo y reconstruir todo. El siniestro había causado la muerte de 4.247 personas y más de 1.000 heridos, entre una población estimada de 11.500 personas.

Hubo que establecer prioridades y optimizar los recursos. ¿Por dónde empezar? A los diferentes proyectos sobre dónde llevar adelante el trazado del nuevo centro urbano, se sumó el latente y lógico problema político y sanitario. La antigua ciudad enclavada desde tiempos hispánicos entre el canal Tajamar (por calle San Martín) y el Zanjón (canal cacique Guaymallén) quedó enterrada para siempre.

El sector dirigencial fue diezmado por muertes y renuncias. Las familias abandonaron la destruida ciudad en busca de lugares más seguros en el interior provincial y la desorientación fue notoria ante la catástrofe. Mientras tanto, muchos huérfanos desvalidos buscaban refugio en familias sustitutas.

El sistema educativo oficial no funcionó durante dos años. Es decir; durante los ciclos lectivos de 1861 y 1862 no se dictó instrucción pública oficial en casi toda la provincia. Las escuelas que existían se cayeron, y las escasas que se mantuvieron en pie fueron utilizadas como circunstanciales hospedajes u hospitales de campaña. Pero nada de eso hizo que después de la lógica zozobra del primer momento, en forma espontánea, comenzaran las actividades de la mano de maestros voluntarios en lugares seguros. Desde setiembre de 1861 hay registro de actividades educativas en plazas, casas de familias, a la vera del río Mendoza o abajo de algún árbol.

Mientras tanto la administración central priorizó un plan de reordenamiento territorial provincial que contemplaba la creación de múltiples escuelas y el direccionamiento de fondos recibidos prioritariamente a la educación. En paralelo, y superando complejos momentos políticos, el nuevo gobernador Carlos González Pinto (1863 – 1865) recibió una partida de $11.500 de la Comisión Filantrópica de Buenos Aires que destinó totalmente a la construcción de 23 escuelas. También la provincia de Entre Ríos aportó $12.000, más otras ayudas recibidas de distintas provincias y de países como Chile y Perú. Todo se sumaba al decreto del 19 de abril de 1864 que había dispuesto el surgimiento de las "Escuelas Fiscales”.

Por ende, las escuelas se multiplicarán, llegando a 1865 con la apertura de 34 nuevas escuelas oficiales y 6 particulares. Habían pasado solo 4 años del fatídico terremoto y en Mendoza surgieron tantas escuelas como todas las creadas en casi un siglo atrás.

“El Pensador” de Rodin y el Congreso Pedagógico Argentino de 1882

Tiempos duros aquellos años 80 del siglo XIX. El mundo estaba convulsionado. Los coletazos sociales y las consecuencias políticas de la segunda ola de la revolución industrial en Europa comenzaban a sentirse. Una fuerte brecha dividió la sociedad. El desarrollo impetuoso de la economía acarreó un incremento del lujo y la riqueza en minoritarios grupos acomodados, y a su vez el hundimiento estrepitoso de las masas trabajadores en pobreza e indigencia. Entre las consecuencias de la revolución industrial estuvo la aparición de dos sectores sociales bien diferenciadas: los muy ricos y los mayoritarios muy pobres. En el medio, casi nada.

Simultáneamente, y en forma yuxtapuesta, se reflejaba un altísimo porcentaje de analfabetismo, muertes por enfermedades y un marcado éxodo de la población rural a las grandes capitales, generando hacinamiento en los suburbios de las urbes industriales. Aquella postal europea de finales del siglo XIX será muy parecida a la postal argentina del mismo tiempo.

¿Cuál fue el fenómeno que acortó la brecha? La educación. La estabilidad política y económica ayudaron considerablemente en la coyuntura, pero la educación emancipó y equiparó posibilidades hacia el futuro.

Vaya paradoja. El Ministerio de Instrucción Pública de Francia terminado su congreso pedagógico en Paris, se aprestó a consagrar una Ley de Educación (antecedente directo de nuestra Ley 1420) y encargó al escultor Auguste Rodin una obra para que caracterizase ese momento y la relevancia del hecho educativo. Ese fue el momento en que Rodin concibió esa pieza inmortal: “El Pensador”. Corría el año 1882.

“No es más un soñador, es un creador”; explicó Rodin, resaltando al pensamiento como la semilla y el fruto de la acción, y a la educación como el estimulante creativo.

Pareciera un juicio de Sarmiento, que cuando pensó en aquel primer congreso pedagógico argentino (1882) también imaginó que la única alternativa política posible para generar un país mejor era apostar por la educación. Era la educación o la catástrofe. El país eligió por la educación, y a los años nacerá la Ley 1420 (1884) que estableció la gratuidad y la obligatoriedad para la educación argentina, y así de más de 80 % de analfabetismo, en pocos años el modelo educativo nacional fue ejemplo mundial, repercutiendo contundentemente en Mendoza.

Los pibes mendocinos del terremoto y los dirigentes del Congreso

Ese terremoto mendocino de 1861, ya lo expresamos, destruyó todo. Tengamos en cuenta además que esa “generación” de pibes que nacieron en la crisis del terremoto, a los años serán los dirigentes que pusieron a Mendoza de pie.

Por ese catastrófico 1861, Emilio Civit tenía 5 años, José Néstor Lencinas tenía 2 años, Olaya Pescara Maure 5, Rufino Ortega (h) 11, Manuel Bermejo 10, los mellizos Jacinto y Agustín Álvarez tenían 4, Julián Barraquero 5, Julio Leónidas Aguirre solo 2, Abel Biritos 11, Conrado Céspedes 2, Francisco Álvarez tenía 7, María Mercedes Day tenía 2 años (será la mamá de Frank Romero Day), Isaac Godoy 10, Adolfo Calle tenía 7, Pedro Julián Ortiz 5. Quien fuera un distinguido médico: Adolfo Puebla tenía 9, Silvano Rodríguez (futuro gran intendente de la Capital) había nacido hacía unos meses, Francisco Borja Ozamis tenía 6, Juan Eugenio Serú 11, Rosa González (la futura esposa de Roque Sáenz Peña) tenía 10, Guillermo Villanueva 11, Francisco Julio Moyano nació a días del terremoto y José Vicente Zapata recién cumplía 10 años en ese marzo de 1861.

La “obligación” de esos pibes, tras la atrocidad del terremoto, fue ir a la escuela. Hoy esas mujeres y hombres citados son los nombres de las escuelas y calles de Mendoza. Pero muchos ignorarán (e ignoramos) seguramente quiénes son, desde dónde provenían, lo que hicieron por Mendoza y, sobre todo, que la educación fue la herramienta que les salvará la vida y forjará un sector dirigente, curtido en la adversidad, que levantó a Mendoza con esfuerzo, con debates, con pujas, pero sin dudar jamás sobre la imprescindible importancia de la educación. En eso coincidieron. La educación había acortado la brecha social y paliado responsablemente la grieta política.

A la postre, veinte años después, esos pibes fueran los miembros informantes de la “Ley de Educación 1420” en el Congreso Nacional (Civit por ese entonces era diputado nacional y uno de los mayores defensores de la ley). Fueron gobernadores (Lencinas, Ortega, Bermejo, Francisco Álvarez); intendentes; ministros; directores de escuelas; eminencias que hicieron la vigente constitución mendocina de 1916 (Barraquero); intelectuales de la cultura, reconocidos internacionalmente (Álvarez, Biritos, Céspedes Borja Puebla); ingenieros geniales (Villanueva) y mujeres emprendedoras que se destacaron por su coraje y creatividad. Todos ellos fueron el fruto de la acción de aquellos líderes que condujeron con determinación e ideas el momento del colapso (Olascoaga, Juan de Dios Videla, Carlos González, por seguir nombrando calles y escuelas, con perdón de la ironía) y nunca dudaron que la educación y el maestro eran la única opción para dar un paso adelante. No fue casualidad. La educación como política de estado había sido el puente que los acercó a la orilla del crecimiento y el desarrollo. Imposible caminar hacia adelante sin saber desde dónde hemos partido.

El Cerro de la Gloria

Pero la historia es un ejercicio que se hace desde el presente; y por eso, volviendo a ese reciente Congreso de Alfabetización que ubicó a Mendoza en la mirada de todos, debemos de concluir que fue un hecho trascendente, cargada de enorme simbolismo, ya que las máximas autoridades provinciales junto a las delegaciones visitantes, maestros y estudiantes rubricaron el Acta de Compromiso Educativo al pie del emblemático monumento del Cerro de la Gloria, un ícono de la más pura mendocinidad.

El Cerro de la Gloria siempre es una postal de la Mendoza que anhelamos. La imagen del libertador San Martín como el líder gobernador de la gestión conduciendo una proeza; el rompimiento de las cadenas opresoras y los objetivos supremos que nos vinculan con la libertad, el progreso y las empresas de vanguardia; la imagen del esfuerzo colectivo e innovador encarnado en los talleres con Fray Luis Beltrán; el papel preponderantemente, histórico y protagónico, de la mujer en Mendoza; más el rol del trabajo de un pueblo cooperativo reflejado en la figura de un hombre común: “el tropero” Sosa.

Buena señal ante los nuevos duros desafíos que seguro llegarán. La educación en lo alto del Cerro de la Gloria es un compromiso con la historia de Mendoza y es una nueva oportunidad para seguir honrando ese pasado. Por lo que se hizo, por lo que falta, por lo que viene.

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