Postales mendocinas

Crónica de un milagro en una cárcel en una cárcel sin dios

No todos los días confluyen la mejor historia con la mejor persona, en el peor lugar. Ocurrió ayer y así, como si nada, brotó la maravilla e hizo remolinos por encima de los muros. La historia de Juan Bautista Bairoletto, el bandido rural y líder popular, como excusa para hablar de nosotros.

Ulises Naranjo
Ulises Naranjo viernes, 30 de septiembre de 2022 · 06:30 hs
Crónica de un milagro en una cárcel en una cárcel sin dios
El Flaco Suárez y su elenco, en el penal mendocino. Foto: Ulises Naranjo

Como la historia jamás es escrita por los que pierden, sentirse representado en un relato es un verdadero milagro, en este mundo, hecho a imagen y semejanza de los bien aposentados. Sin embargo, muy cada tanto, los perdedores, entre sus ruinas, encuentran un espejo y descubren cómo es que se ven sus rostros. 

Este acto de construir representatividad e identidad entre los más desposeídos es la verdadera revolución, porque construye una realidad posible, incluyendo a los excluidos y poniendo en valor su cultura. Sólo el arte popular, por estos días, se atreve a una osadía semejante. 

Es una hermosa mañana de primavera en el penal Boulogne Sur Mer de la Ciudad de Mendoza, una cárcel construida en 1905 y que, desde entonces, funciona como espacio de encierro –muchas veces, ni siquiera de purga– para aquellos que jamás aprendieron a cometer delitos con elegancia. 

Hasta allí, ha llegado un ser que, en estos días en Mendoza, es la mejor persona de todas, aquella que resume todo lo que está bien, o mejor: todo lo que debería estar bien. Un lugar como el que habitamos, doctorado en ejercicios de indolencia, es capaz de la crueldad más cínica, es cierto, pero también de parir a un artista como el Flaco, Ernesto Suárez

A sus 82, casi 83, nunca supo otra cosa que construir cultura popular a partir del teatro, yendo de aquí para allá en su viejo Renault 12 azul y subiendo a cuanto escenario se le ofrezca. Desde hace muchas, muchas décadas, nos hace reír y llorar a los mendocinos. Nos hace pensar y nos obliga a fijar la vista en pecho de nuestras contradicciones. 

Esta vez, el Flaco está en la cárcel como director de uno de sus tantos grupos teatrales, algo que viene haciendo desde los años ’70. “De Sol a Sol” se llama este elenco que dirige y vienen a presentar (gracias a un programa del Instituto Nacional del Teatro) una obra magistral, que no debiera dejar de hacerse en cada escuela, en cada barrio, en cada rincón de Mendoza, pues toma –de magistral manera– la vida del bandolero Juan Bautista Bairoletto, a partir de lo cual dejan fluir temas fundamentales de la historia local, como el monumental despojo del agua de Huanacache, la falta de derechos laborales, el surgimiento de líderes populares (como Martina Chapanay, Santos Guayama, Mate Cosido y el propio Bairoletto) y la música cuyana (en vivo) que nos ha distinguido. 

Como todas las historias, “Bairoletto, bandido rural”, es también una historia de amor. Un relato acerca de todo lo se puede perder y ganar, si uno decide ser fiel a sí mismo. 

La obra va transcurriendo con todo suceso. Las escenas hacen que se vaya generando una energía impresionante, entre actores y público. Esta veintena de jóvenes artistas tiene, por primera vez, frente a sí a un centenar de presos que han pasado por cascadas de experiencias vinculadas al dolor, al propio y al que provocaron. 

“Cuántas historias hay aquí… Yo los entiendo: a mí, me salvó el teatro”.  

A un costado, el Flaco Suárez disfruta cada momento, como si nunca hubiese visto la obra, aunque hace acotaciones y hasta interviene como actor en una de las escenas, haciendo de patrón hijo de puta que negrea a sus empleados. 

El final llegará con aplausos muy largos y con lágrimas y abrazos. Todos allí sabrán hacer silencio para escuchar al maestro: “Este el teatro que hacemos, con dos trapos y contando las cosas que nos pasan. Yo conozco la historia de Bairoletto porque hablé con su familia. Sus hijas me contaron que lo último que dijo fue ‘mi vida la decido yo’, antes de suicidarse, para que la policía no disparara contra su rancho, donde estaba su familia. Es una historia vivida desde la pobreza, que yo también viví, por eso, sé lo que ustedes están sintiendo”. 

Más aplausos, otras lágrimas, abrazos fuertes con presos y penitenciarios, agradecimientos, despedidas. Ya en la calle, camino a su Renault 12, antes del abrazo final, el Flaco volverá a decir: “Cuántas historias aquí… Yo los entiendo: a mí, me salvó el teatro”. 

A nosotros nos viene salvando saber que, a pesar de todo y de todos, hay un Flaco Suárez abriendo huella en la oscuridad. 

Ulises Naranjo (texto y fotos). 

 

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