Mil y un relatos

La “nueva” presencialidad y la palabra incertidumbre

Poder mirar nuestra ilusión de control y relacionarnos desde otro lugar con lo que se nos escapa de las manos puede ser un paso para transitar más livianos los anuncios y contra anuncios.

Diana Chiani
Diana Chiani sábado, 31 de julio de 2021 · 11:07 hs
La “nueva” presencialidad y la palabra incertidumbre
El anuncio de la presencialidad total sorprendió y generó sensaciones encontradas. Foto: El País

Apenas se conoció esta semana la decisión de volver a la presencialidad “total” en algunos niveles educativos, empezaron a explotar algunos  grupos de whatsapp, en especial los de padres, madres y docentes. Las palabras y sus emociones eran variadas e iban desde la alegría, el alivio y el bienestar hasta el enojo, la frustración o el desconcierto. Todo, mucho o parte de lo que se había planeado en escuelas y familias quedaba sin efecto con una inmediatez asombrosa.

Y no es que no tengamos registro de este tipo de cambios ya que, sin pensar en los momentos personales en que la vida nos gira 180° antes de que podamos darnos cuenta, como sociedad registramos claramente aquel 20 de marzo de 2020 luego del cual pasamos unos 2 meses sin ir ni a la esquina. Hasta el día de hoy muchos nos preguntamos cómo lo logramos sin salir del todo de nuestros cabales.

Mi primera sensación ante la “nueva presencialidad” fue difícil de clasificar. Si bien creo que ir a clases a diario será bueno para mi hija y la organización familiar, no pude evitar preocuparme por cuánto podría durar este nuevo cambio.

Atraída hacia la idea de controlar más cosas de las que puedo -porque sé que no controlo nada, pero me da tranquilidad pensar que sí- y con una ansiedad que marcaba el paso, me hacía preguntas imposibles como: ¿Cuánto durará esta modalidad? ¿Qué pasará con posibles aislamientos al haber más niños? ¿Qué haré en ese caso? ¿Cómo se adaptará mi hija a los nuevos compañeros?

Las aulas volverán a "coparse" de alumnos. 

Tal vez seamos muchos los que podemos estar horas con pensamientos que se mueven veloces en el intento por definir, en este caso, lo que pasará con los nuevos cambios en particular y con la sensación de incertidumbre en general. Una clave está, tal vez, en empezar a registrar qué nos decimos en esa catarata de palabras e imágenes que aparecen.  

Por eso, cuando estaba a punto de darle lugar al modo controlador, recordé algo que me digo hace mucho tiempo y tiene que ver no ya con lo que pasa sino con qué hago yo con eso. Es que nos perdemos fácil en nuestras tendencias, en los modos aprendidos de hacer durante años de vida. En especial cuando la incertidumbre acecha. Y no está mal porque esas maneras nos han traído hasta donde estamos pero, cuando nos damos cuenta de que algo ya no nos sirve para determinadas situaciones, está la opción de hacer diferente.

Y no es que esa acción distinta sea tan fácil de tomar como chasquear los dedos o no requiera un proceso de aprendizaje que implique desaprender, retroceder algunos casilleros o darnos un par de golpes con la misma pared de ayer. De eso se trata, para mí y aunque a veces reniegue, conectar con nosotros y con nuestras versiones más amables. 

Al chocar otra vez con la novedad, mi ansiedad y mis dudas; pude hacer pie en algo que a veces olvido y es que -más allá de que la pandemia nos la haya estampado en la cara- la vida es incierta y que sería absurdo, aburrido y sin sentido saberlo todo de antemano. La consciencia de nuestra falta de control ha servido también para cosas como, por ejemplo, no dejar para mañana los disfrutes, los encuentros y los te quiero.

Hoy para algunos es volver a la presencialidad en las escuelas o los trabajos, pero el camino avanza y los desafíos son diferentes cada día. No podemos anticipar todo (tampoco lo queremos en realidad); sin embargo, es posible comenzar a darnos cuenta –primero- de lo que nos pasa para después elegir cómo nos relacionamos con la palabra incertidumbre e intentar tejer a su alrededor vocablos más sencillos, abiertos, flexibles y livianos.

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