Mil y un relatos: construir el mundo con palabras

Tomar el oxígeno propio y así estar bien para los demás

Entre las cosas que nos indican al comenzar un vuelo es, en caso de emergencia, colocarse el oxígeno antes de atender a quien puede necesitar nuestra ayuda. La metáfora da pie a la pregunta sobre cuánto nos priorizamos, cuánto cuidamos nuestra salud.

Diana Chiani sábado, 8 de mayo de 2021 · 07:12 hs
Tomar el oxígeno propio y así estar bien para los demás

Diana Chiani / Comunicadora, editora y coach ontológico profesional

La pregunta hoy es qué de todo lo que hacemos o de las palabras que pronunciamos para construir el sentido y el relato cotidiano es para nosotros de manera personal. No se trata de egoísmo sino de darnos el respiro que nos permitirá sustentar aquello que realizamos por otros.

Entre las cosas que nos indican al comenzar un vuelo es, en caso de emergencia, colocarse el oxígeno antes de atender a quien puede necesitar nuestra ayuda. La metáfora da pie a la pregunta sobre cuánto nos priorizamos, cuánto cuidamos nuestra salud y qué hacemos para preservar nuestra paz mental o como cada uno la llame.

También, para detenernos a pensar qué nos pasa cuando finalmente logramos irnos a caminar, a tomar un café con una amiga o quedarnos 20 minutos en la cama para leer algo que nos interesa o tomar el descanso que no hicimos en una semana. Tal vez nos de culpa o pensemos que, como viene el mundo, la existencia y las urgencias, no merezcamos darnos lo que necesitamos.

Hay momentos o condiciones en que la vida hace una de las suyas y nos pone patas para arriba en un abrir y cerrar de ojos o, lisa y llanamente, la mano vino difícil y apenas se cuenta con lo básico en un país y en un mundo en el que las desigualdades crecen a un ritmo que asusta.  

Sin embargo, y en líneas generales, muchas veces vamos como si fuéramos lo último a tener en cuenta en la infinidad de tareas, pendientes y satisfacciones que andan dando vueltas por ahí. Incluso dejamos aquello que nos hace bien en manos de otros y esperamos sentirnos en paz si quienes nos rodean cumplen determinadas expectativas, alcanzan un logro o –simplemente- nos dicen eso que pretendemos escuchar sin haberlo pedido en ningún momento.

Y aunque el modo en que cedemos nuestro bienestar a situaciones y personas sobre las que, en muchos casos, no tenemos la más mínima injerencia es tema para otro debate; la pregunta de hoy es qué hacemos por nosotros cada día. Qué, de la infinidad de cosas que encaramos o de las palabras que pronunciamos para construir el sentido y el relato cotidiano nos regala una sonrisa o una satisfacción por y para nosotros.

Durante muchos años me levanté con casi todos los deberías tildados en mi lista sin siquiera preguntarme si los elegía o no. Esa pregunta llegó después de una enfermedad y descubrí que si bien había mucho de buscado, había otro tanto de compromiso o –simplemente- nacido en el interés ajeno. Y no es que eso estuviera mal (si eso existe realmente) sino que ni por un momento me había detenido a pensar en mí, en qué quería o me nutría realmente.

Y muchas veces no tiene que ver con las “actividades” que hacemos sino el desde dónde. Porque si vamos al gimnasio porque “debemos” estar flacos o nos reunimos con alguien porque “no tiene a nadie más”; seguimos cumpliendo con mandatos que nos quitan el aire.

Creo que ese puede ser uno de los motivos por los que andamos excedidos de cansancio, mal humor o desgano. Sin quererlo y tal vez sin saberlo, nos hemos desconectado de las pequeñas grandes cosas que alimentan nuestra alma y bienestar.  

No se trata de egoísmo sino de empezar a darnos cuenta de que existe un sí mismo. Que nosotros también (sí, también) tenemos necesidades que si no satisfacemos, con el tiempo se nos volverán en contra. Y no hablo de vacaciones en el extranjero (lo que, por cierto, no estaría nada mal) sino de darnos eso que cada uno sabe que le hace bien.

No importa tanto el qué sino el cómo, el modo en que nos tomamos esos momentos para no perdemos a la espera de reconocimientos que no llegan ni pedimos, explotar sin saber bien por qué o correr tras zanahorias que ni siquiera son propias. 

 

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