Salud
La empatía ¿virtud o capacidad?
Hay quienes dicen que ya no se cultiva. ¿Nacemos empáticos o lo vamos aprendiendo? Te lo contamos. <br>
“Gracias por ponerte en mi lugar”, “tu problema es que no podés ponerte en mis zapatos”, “si pudieras ver a través de mis ojos, entenderías lo que me pasa”. Esto lo hemos escuchado alguna vez, ¿o no?
Daniel Goleman, defensor acérrimo de las inteligencias múltiples, explica que la empatía es la capacidad de comprender las emociones de los demás, y agrega, además, que implica reaccionar a las necesidades del otro.
Sería la capacidad cognitiva de percibir y compartir los sentimientos o experiencias de otra persona, e imaginar cómo sería estar en el lugar de ella. Teniendo claro que uno NO es esa persona.
Los que practican yoga usan una palabra que proviene del sanscrito que, a mi entender, podría resumir metafóricamente lo que implica la empatía: “namaste”, que, entre otras acepciones, significa “el espíritu en mí se encuentra identificado con el espíritu presente en ti”. Esto conlleva a sentir lo que el otro siente sin perder la distancia, es decir, sabiendo que eso “es del otro”. Si esta distancia se pierde, estaríamos ante algún problema de índole psicológico.
El ser empático predispone a estar en sintonía con el otro, a poder entender su mundo emocional y cognitivo y cómo, desde allí, enfoca la realidad, aun cuando no compartamos esa perspectiva. Supone entender cómo está viviendo los acontecimientos la otra persona sin vivirlos directamente yo.
¿Es heredada o se desarrolla? Por supuesto, existen varias teorías al respecto. Las más atinadas son las integradoras, que explican que, al ser seres gregarios, nacemos con capacidad empática, ahora bien, las experiencias que vamos teniendo a lo largo de nuestras vidas van modelando esta capacidad. Es decir, si bien está en nuestros genes, no es del todo “natural”. Si no, no podríamos explicar cómo hay por ahí almas con casi nula capacidad empática (y no podemos negar que nos hayamos cruzado alguna por ahí).
La cooperación se observa en cualquier especie animal. Ahora, la empatía, es propia de nuestra cadena evolutiva a partir de los primates. En el año 1964, se realizó un experimento con monos Rhesus. Si un ejemplar activaba una palanca para recibir comida, su compañero recibía una descarga eléctrica. Se observó que después de un par de ensayos, el primero dejaba de activar la palanca, evitando que su congénere percibiera dolor, aun cuando esa acción lo privara de alimento. Empatía que conlleva al altruismo.
Carter, Harris y Porges, neurocientíficos, proponen que, a nivel cerebral, compartimos con otros animales circuitos neuronales que sustentan la empatía. Estos circuitos han ido especificándose a lo largo de la evolución. La hipótesis es que la oxitocina y la vasopresina, hormonas secretadas por la glándula pituitaria, interactúan con sistemas dopaminérgicos, dando sensación de placer y recompensa cuando nos vinculamos con otras personas.
En otro estudio, científicos norteamericanos sugieren que la empatía es diferente en hombres y mujeres porque las zonas cerebrales implicadas muestran diferencias. Llegaron a la conclusión que el procesamiento de las expresiones faciales y corporales es diferente en ambos sexos. Las mujeres tendrían mayor discriminación de señales de dolor en los rasgos ajenos, por ejemplo, que los hombres.
Ahora bien, lo biológico no basta para justificar la empatía. Existe una dimensión social, cultural y familiar que contribuye, o no, a que se exprese aquello que se lleva en los genes. Las experiencias que vamos teniendo desde niños en los diferentes contextos alimentarán, o no, nuestra naturaleza empática.
Del mismo modo, podemos ser personas muy empáticas, pero, en determinadas situaciones, dejar de serlo.
Un estudio llevado a cabo por los doctores Claus Lamm y Giorgia Silani, publicado en la revista Psychoneuroendocrinology, condujo a observar que los hombres, frente a situaciones que les generan estrés, se vuelven más egoístas y menos capaces de mostrar capacidad empática. No ocurre lo mismo con las mujeres. En las mismas condiciones experimentales, el sexo femenino pudo sostener su empatía, evitando el egoísmo.
Silani explica que estas diferencias podrían vincularse, por un lado, con la oxitocina. En las mediciones realizadas durante el experimento, se notó que, frente a situaciones de estrés, en las mujeres había aumentado la cantidad de hormona. Por otro lado, las hipótesis brindadas desde lo social sugieren que, a través de la cadena evolutiva, el sexo femenino ha aprendido que, en situaciones de peligro, ampliando los vínculos y mostrándose empáticas, pueden recibir mayor ayuda.
¿Qué requiere ser empático? En primer lugar, obviamente, que haya otro (o varios). El segundo elemento, la escucha, pero no, como digo yo, el oír solamente, sino el escuchar activamente, tratando de entender qué es lo que la otra persona quiere trasmitir, procurando imaginar qué siente. Para que esto pueda darse, uno debe “abandonarse” por un rato, o lo que es lo mismo, dejar de lado problemas y preocupaciones personales, prejuicios y esquemas mentales.
La actitud corporal es muy importante. La empatía pasa por dedicar tiempo al otro, mirarlo a los ojos cuando habla, contacto corporal, si fuese necesario. No interrumpir resulta fundamental para indicar que estamos comprendiendo la situación vivencial de la otra persona.
La empatía juega un papel sumamente importante a nivel social. Porque implica, de alguna manera, identificarse con el otro y su realidad, porque el dolor ajeno angustia, porque la alegría que experimentás me pone contento a mí. Porque genera redes de colaboración, porque conduce a desear el bien común, porque ayuda a evolucionar como cultura y como sociedad.
Namasté.
Lic. Cecilia C. Ortiz / Mat.: 1296 / licceciortizm@gmail.com
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