Por los caminos del cabaret, con Vanesa y con Ivonne
Abro la boca, apunto al cielo y dejo que delicados copos de nieve se desnuden y mueran en mi garganta. Las dos garrafas que me acompañan –Vanesa e Ivonne–, se ponen la ropa, se arreglan el pelo, salen fuera del auto y hacen lo mismo.
Te Podría Interesar
Los copos de nieve se posan y consumen en mi garganta roja. Estoy enfermo, es cierto: el frío con falta de gas trajo toses y resfríos, pero no importa. Nada impedirá la ceremonia de la nieve y entregarse a este bellísimo invierno que hace honor a su mandato.
Es, si bien lo miramos, un momento sagrado para el campo, este paraíso sin cascadas que recibe bendiciones desde arriba.
¿Cómo puede ser tan grande el cielo y, a la vez, caber en mi garganta?
|
A un costado, las jarillas y los chañares abren los brazos, las ramas, como bocas, y agradecen, porque, para ellos, la nieve es agua. Es otra hermosa y fría jornada en Mendoza y continúo, desde hace ya más de diez días, mi infecunda búsqueda de gas en tubo, primero, y ahora en garrafas de quince kilos.
Y claro, de tanto pasearlas de aquí para allá, termino enamorándome de Vanesa e Ivonne.
Estoy más cerca del cabaret que de la hornalla prendida.
Así son las cosas, si debo ser sincero.
|
Ha vuelto a nevar en Mendoza, lo repito, y mi prolongada búsqueda de gas me ha llevado a vivir aventuras inolvidables, porque –tome nota señor secretario de Turismo, Luis Böhm– la escasez de gas, ¡genera turismo interno¡
Yo, por ejemplo, en quince días, he recorrido minuciosamente, como un ciego la partitura de un réquiem, Luján, Chacras, Vistalba, Agrelo, Godoy Cruz, Capital y parte de Guaymallén y Maipú. No sólo eso: he gastado muy buena plata en combustible, comunicaciones, comidas y bebidas. Además, hice muchos amigos nuevos, saqué a pasear a mi viejo conmigo y conseguí dos novias guapísimas.
Tal vez ya lo hayan leído ustedes: hace unos días, harto de cargarlo en mi auto, abandoné a Tubo de Gas en un corralón cualquiera y escribí esa dolorosa historia en este diario.
|
No fue fácil despedirme de él, mi hermano en armas.
La presencia de su ausencia fue cavando un hueco en mi pecho y, siguiendo lo ejercido durante toda mi vida, cuando la ausencia se hizo insoportable, la cubrí con mujeres, Vanesa e Ivonne, para el caso, una morocha y otra rubia. Mujeres, rutas y mucho vino barato, hasta caer exhausto.
Ahora en mi cama, enfermo y solo, doy vida a mi relato, mientras escucho en la radio al director de Energía y a otro tipo más poner distintas excusas sobre la escasez, jurar que ahora hay gas envasado en los barrios y gansadas por el estilo.
|
¿Sabrá este hombre, ante la vergonzosa situación, que lo suyo es penoso, falaz y lamentable?
- Caraduras, me digo para mí y no me discuto. Qué me voy a discutir (bueno, en realidad no digo “caraduras”, porque cuando uno insulta, insulta, y caradura no es insulto, pero ya bastantes molestias voy a ocasionar a algunos con esta nota y si hay insultos fuertes, será peor).
Vamos al relato, fue así: noches atrás, volviendo a casa otra vez sin gas, derrotado y para evitar ver a mi familia tiritando de frío en torno a un magro caloventor, levanté en una carretera, cuyo nombre ya no recuerdo, a Vanesa e Ivonne, dos garrafas vacías de quince kilos, una, rubia resplandeciente y otra, morocha profunda.
|
Ellas resultaron ser esas clases de minas que tanto adoro, ya saben: no son chismosas y ordinarias como las garrafas de diez kilos, pero tampoco conchetas y vacías como las calefacciones centrales. Son minas, mujeres, no “chicas”: jamás saldrán en una propaganda de Gancia o en la sección Sociales de los diarios ni en el listado de catequistas de las iglesias.
Vanesa e Ivonne prefieren un lomito del Barloa a comer sushi en el Hyatt. Y, cuando aman, son como yeguas desbocadas cabalgando húmedas y rojas, hacia el fin del mundo. Y regalan calor, como madres la leche, cuando están llenas.
|
En estos días de infructuosa exploración, he conocido, además, a tipos interesantes. Algunos, al verme recorrer las calles vacías abrazando dos garrafas como un narco panameño, me han ofrecido todo tipo de drogas y les he dicho que ya no; otros me han propuesto armar guerrillas revolucionarias para robar gas natural a los “fucking fraccionadores”, pero no me animo; otros, secuestrar a los funcionarios responsables y hacerlos vivir una semana sin gas, pero conozco las cárceles y allí también hace mucho frío; otros, armar un cronograma de piquetes en rutas, hasta que la primavera ya esté bien entrada y el sol, pleno, pero le temo a la condena social de cierta clase media, si, siendo como soy, morochón y desarrapado, encima me convierto en piquetero...
A todos he dicho que no: ya ni gas quiero, nena, yo sólo quiero irme de cabaret, con mis dos garrafas (sí, amigos, suena a estribillo de blues).
![]() |
El asunto es así: en estos días, yo, que no soy pobre, he podido comprobar hasta dónde puede llegar la fragilidad y, a la vez, la fortaleza de los más desfavorecidos. De alguna manera, ser pobre consiste en padecer frío desde el seno materno hasta el frío cajón de oferta de la funeraria de turno, si la hay y que a nadie le importe tu frío, merecido frío, frío de negro de mierda, que no le gusta laburar, delincuente, mientras yo me rompo el lomo y pago mis impuestos y a vos te regalan todo y te robás la luz y encima ahora te dan la Asignación Universal por Hijo y yo quiero ser pobre también y no laburar y que me regalen todo también, porque este país es una joda. Perdón, me exalté.
Es como el guión de una coreografía: unos tiritan en las márgenes del escenario y otros, más diestros, claman por una provincia mejor desde el centro de la escena y el poder de sus pantallas.
Me digo: hasta nuevo aviso, la única actividad capaz de traer justicia a este mundo es la política, definitivamente, pero hasta nuevo aviso. Hablamos mal de los políticos, pero casi nunca he visto a algún empresario, obispo, sindicalista, académico, artista o periodista de fuste liderar o ayudar a liderar las transformaciones sociales. ¿Que no es el rol que les compete? Yo creo que a todos nos compete. Y perdonen mis creencias.
|
Desde hace, por lo menos, un mes, los desgraciados que no tienen gas natural por cañerías (hablo de 600.000 mendocinos) tienen que pasar más frío y carencias que de costumbre y en muchos casos cocinar haciendo fuego con tablas o leña del campo, si la encuentran seca.
Ahora, ¿cómo hacen? Se acostumbran. De la misma manera que nosotros nos acostumbramos a la bien ganada comodidad que no negociaremos jamás, a los versos de los funcionarios que no funcionan, a las truchadas de los empresarios del ramo, al desinterés, al desprecio general...
He visto a algunos pobres, sí, andan por ahí. He charlado con ellos y me han contado sus cosas, pero, esta vez, no serán parte de este lamento exagerado que esgrimo. Más bien, tendré la delicadeza de no contar sus historias por ahora, porque eso no habrá de llevarles calor ni justicia.
Estoy cansado. Vanesa e Ivonne se aburren muchísimo con mi monólogo. Les propongo cambiar de tema. Aceptan. Busco en mi memoria y ejecuto, en tiempo presente.
Ok, ok, vamos a poner a Julieta como ejemplo de responsabilidad social. Julieta tiene un modesto kiosco en la calle Carola Lorenzini, de Godoy Cruz. Hace un par de días, en mi coche y a los besos con Vanesa e Ivonne, veo a un tipo cargando una garrafa llena. Desesperado, lo interrogo: “La compré ahí, en el quiosco”, me dice el hombre. Voy al quiosco, ansioso, agitado, lleno de esperanza, dispuesto a pagar lo que sea.
- Tengo 18 garrafas llenas, pero no puedo venderte ninguna.
- Pero… ¿cómo..?
|
- ¿Sabés qué pasa? Son de 18 vecinos que me las pidieron hace muchos días y no puedo vendértelas a vos.
- ¿Sabés qué, Julieta? Te felicito, te voy a poner en el diario como ejemplo. Aparte, conozco a esos vecinos. Son gente laburadora, que, hace poco, cortó el Corredor del Oeste, porque no tenían gas y yo me paré y les hice una nota. Hicieron muy bien en cortar la ruta y ponerse a cocinar una sopa, ahí, con tablas y leña. Ahora, por lo menos algunas garrafas les llegan… ¿Te puedo sacar una foto, Julieta?
- No, mandá al frente a los responsables, porque son un desastre. A mí no me gustan las fotos...
- Gracias, Julieta.
Vuelvo al auto. Mis novias, Vanesa e Ivonne, celebran que el trío no se rompa y siga su caravana decadente, dejando cicatrices de humo en las solitarias calles mendocinas.
Está anocheciendo en la Panamericana y, en el auto, escuchamos canciones de Camilo Sesto y esquivamos moribundos congelados al costado del ruta. No quiero volver a casa y escuchar reproches bajo cero de mi mujer y mi hijo. Ellas tampoco quieren oírlos.
|
No lo haremos: sin más que decir, encaramos hacia Agrelo y Ugarteche, hacia un cabaret, de esos tan encantadores que hay en el Valle de Uco, con tímidas bombitas de luz, empapelados con palmeras, boleros de Lucecita Benítez, mesa de cartas por dinero, botellones de vino “El Relincho” y alguna puta vieja para hacerte cariños en el pelo.
Herido en el alma por esta tierra infame, ya no quiero seguir buscando gas como un judío en alta mar la Tierra Prometida. ¿Quién querría otro calor que no fuese el de los abandonados, el de los dulces perdedores, el de las putas sin suerte?
Este invierno será eterno; no sobreviviré. Aquí, mi sentencia, mi humilde y sincero testamento: “Bienaventurados los que sufren frío, peregrinos de breve paso por la vida, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, esta planicie desolada, este cuenco vacío desde siempre; bienaventurados porque, ellos, los ateridos, cuando mueran, arderán eternamente en las furiosas llamaradas del infierno, al tiempo que Vanesa e Ivonne los acariciarán con ternura”.