Canción de amor a Gustavo Cerati

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"Sabia, sabia por mi cuerpo,/ como oro de Acapulco/ voy preparándome / no sé qué me pasa / Que ya no puedo volver", Planta, Gustavo Cerati, "Sueño Stereo".
Hay quien dice, desde la Grecia Clásica, que la etimología de la palabra protagonista tiende a llamar de esa manera al que antes, en primer lugar (protos), lucha y muere (el agonista, el guerrero, el que agoniza). Así, los protagonistas son los que mueren antes y de esto justamente se ocupaban las maravillosas tragedias griegas: de hacer morir a los protagonistas, a todos ellos, en escena, para que nosotros, en las gradas correspondientes al público, reemplazáramos nuestra propia muerte en un proceso de katarsis, de cura, de liberación.
Los protagonistas, los héroes, tienen que morir pronto, por que sólo así, como Aquiles, logran la inmortalidad. Sus muertes -como postal de un inocultable vampirismo- dan vida a los seres humanos comunes y corrientes.
Si el héroe no muere pronto, desata el hambre de sus fanáticos, quienes van por él en cuanto se dan cuenta de que su indefensión crece. La plebe -que olvida con asombrosa facilidad- se encargará de empujarlos al primer abismo. Y si no logra voltearlos, hacerlos pedazos, entonces los denosta, insulta, desvaloriza y trabaja con todo fervor por el desprecio de lo adorado.
Ahora, ¿qué hacemos si el héroe no se muere, sino que, en cambio, elige dormir como un pájaro cansado?
Rock star
Ya saben, hace casi tres meses, Gustavo Cerati tuvo un ACV, está en coma y resulta que, según opiniones médicas, es francamente imposible que vuelva a ser el que conocimos. Tal vez le haya sucedido a muchos lo que a mí: aún no consigo salir del azoramiento que me invade desde que ocurrió el accidente.
Hoy es su cumpleaños y el continente entero se conduele y espera el milagro. Este asunto de los milagros es particular: no se trata de que existan o no; se trata, en realidad, de la espera que alimentan los milagros.
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La espera por lo imposible -que el héroe retorne- es una luz que parte el pecho del que espera. Cerati ha sido un héroe moderno para cientos de miles de jóvenes de todo Latinoamérica. Asume, en conceptos del mundo del pop, la síntesis del talento, la belleza, la hondura y la elegancia.
¿Cómo es posible que justamente a él le ocurriera tal cosa? (está claro que le puede pasar a cualquiera, pero ¡no a Cerati!; y le pasó y ahí lo tenemos, silencioso pájaro dormido).
El, justamente, configura la consagración del éxito bien ganado en el arte: ese que aporta a la condición humana, el que no resigna carga simbólica a favor del mero agrado popular, el que nutre y nos lleva a la pregunta sobre la propia existencia.
Mapa de viaje
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Si bien Soda Stereo -la banda histórica de Gustavo- no marcará un antes y un después en la historia de nuestra música, cierto es que quienes han seguido a esta banda -con discos maravillosos como "Dynamo" y "Sueño Stereo" - pueden coincidir en que no fue simplemente un grupo exitoso en el continente.
Eso del éxito sin riesgo, tal vez, habría que dejarlo para Maná, Arjona, Enrique Iglesias o algunos de esos, que éxitos les sobran, repitiendo siempre el mismo plato.
Con Cerati ha sido distinto. Su abrumador éxito con Soda dio paso a una etapa solista en la que profundizó su alejamiento de las recetas más simples (que las hay en Soda). Dan cuenta de esa búsqueda algunos discos llamativos: el introspectivo "Amor amarillo", el experimental "Colores santos" (con Daniel Melero, 1992) y el elegante "Bocanada".
En fin, Gustavo Cerati, asume una respuesta para cada ámbito sonoro del rock. Como artista es varias cosas a la vez: puede ser la banda sonora de rubias taradas, de chicas bien de Palermo o del Dalvian, como se lo acusaba en los '80, pero también el mapa para un viaje solitario, con chamanes mexicanos, lunas rojas y planeadores listos para dar una vuelta por el universo.
Sólo permanece el cambio
Quienes ya somos viejos, recordamos sus primeros recitales en Mendoza, a principios de los '80. Por entonces, Soda era una banda a la que todo parecía resultarle fácil en cualquier país de Latinoamérica. Rápidamente, debieron tomar una decisión: ¿seguimos haciendo esto?
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"Lo único que permanece es el cambio", dice una sabia sentencia oriental y ellos la hicieron propia. Y Soda, con Cerati como mascarón de proa configuró una experiencia artística elogiable, de las más elogiables del mundo del rock hispánico.
Hemos llegado a envidiar a Gustavo Cerati. Verlo tocar la guitarra y cantar, con belleza y naturalidad, moverse con su porte esbelto y su producido, minucioso vestuario de rock star, era ver, precisamente, al héroe que hace todo para serlo, que filma sus propias batallas para luego ceder el material a los historiadores. Ese héroe, ese protagonista repleto de collares ilusorios, se ha quedado dormido. Quién sabe si escuche a los miles de fanáticos que le cantan su feliz cumpleaños número cincuenta y uno con lágrimas en los ojos.
La herencia
Mi hijo no acierta a cerrar la situación: a sus seis años, ha aprendido con fascinación muchas canciones de Gustavo, pero no termina de entender esta discreta condena del largo sueño.
Entre muchas costumbres placenteras, tenemos una con mi hijo: todos los lunes, miércoles y viernes de este año, cuando salgo del diario, lo paso a buscar por lo de sus abuelos y nos vamos en el auto destejiendo esa cicatriz que es el Corredor del Oeste hacia el sur.
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Nos vamos escuchando el disco "Canción animal", de Soda Stereo. Ponemos el volumen bien fuerte y cantamos a toda voz varias de esas canciones, mientras Eliseo, en el asiento de atrás, mira hacia los cerros para llenarlos de música.
"Nena, nunca voy a ser un superhombre... sueles dejarme solo", cantamos juntos y él hace el riff y el solo con su guitarra de aire y puedo asegurarles que somos felices llevando a cabo nuestra pequeña ceremonia. Y resulta imposible no mirar atrás, uno que, con el paso de tantos años, ha vivido muchas cosas en el mundo del rock.
En esa ceremonia con mi hijo, confluye una lectura actual de todo lo vivido. Para alguien que, como tantos, supo del aturdimiento de los parlantes, de la generosidad de las mujeres del rock y del reparo de los baños de las discotecas, la llegada del primer hijo trajo aire puro a los suicidios controlados, los ensayos del abismo y las carreteras sin sentido.
Y este día, justamente, me sale agradecer -con sinceridad y congoja- a Gustavo Cerati no sólo por aquellos recitales del pasado y las canciones de fogón, sino también por este presente en el que la ruleta del destino decidió que, ante similar carga de estropicio en vena, él durmiera como un pájaro cansado y yo disfrutara de mi hijo y sus canciones.
Ahí vamos, al pie de los cerros, hermosos como Thelma y Louise, en esta siesta de invierno, como si, en realidad, no existiera nada más que una ruta y un puñado de canciones que despiertan al ángel dormido durante poco más que tres minutos y luego lo abandona.