Se define el poder: qué puede pasar y cuál es el principal desafío para el próximo presidente
Alberto Fernández es un presidente que ocupa los muebles de Casa Rosada, pero no los espacios de poder. Por eso quien lo suceda deberá recuperar la autoridad de la figura presidencial. Qué escenarios hay y el impacto para Mendoza.
El sillón, el mueble, fue adquirido por Julio Argentino Roca; es de madera de nogal y tiene un decorado pintoresco del tipo dorado a la hoja. El inquilino del edificio de Balcarce 50, donde está la sede del gobierno nacional, sin embargo, ocupa el “sillón de Rivadavia”, la figura retórica con la que se representa el ejercicio del poder, debido a que erróneamente se considera como primer presidente del país. Alberto Fernández ocupa el mueble, el cómodo asiento que usó Roca; pero no el sillón desde donde se ejerce la autoridad, el rol para el que fue electo.
Allí está el primer y más duro desafío que tendrá el futuro presidente o presidenta de Argentina: recuperar la autoridad, el valor y el respeto por la figura presidencial tras el sorprendente paso de Fernández. Incluso deberá recuperar algo más importante y difícil: la palabra. El país tiene la autoestima por el piso y entró en un espiral de decadencia peligrosa: todos los servicios han empeorado, aún cuando sí lograron sostenerse. El empleo que se genera es de mala calidad, se perdió calidad de vida y 40% de la población recibe algún tipo de ayuda del Estado para su manutención. Es decir, la dependencia crece. Esa ayuda evita que la desazón se transforme en hambre y bronca. También genera en el Gobierno un efecto placebo, una falsa sensación de bienestar que solo hunde más a todos.
Desde el próximo domingo comienza a definirse quiénes van a gobernar el país por 4 años en una elección de 3 tiempos; cada uno con consecuencias inmediatas, aún cuando el cambio ser hace recién el 10 de diciembre. El resultado de las PASO será determinante en la oposición, pues de allí surgirá el favorito: Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta tienen el camino más allanado. También será influyente para el oficialismo y, sobre todo, para el país: el día después de las PASO será el clímax de la crisis, pues el resultado opera de manera especulativa sobre la realidad. Habrá un potencial ganador, con supuesto camino a seguir, pero sin capacidad de operar, mientas está a cargo un Gobierno real devaluado. Ya pasó en 2019.
El desafío de recuperar la figura del Presidente tiene una etapa previa. Es el desencanto, el desánimo general que se ha traducido hasta ahora en un récord de apatía electoral. Las elecciones provinciales que se realizaron hasta ahora tuvieron una concurrencia bajísima. En el caso de Mendoza, que suele tener altos porcentajes, fueron llamativamente bajos. Antes de que pedir el voto, los candidatos deben rogar que los ciudadanos vayan a votar, pues todo indica que el 13 de agosto habrá un voto ausente, una categoría política tácita, difícil de analizar y mucho más de proyectar.
De campaña
En la última semana hubo en Mendoza una muestra encapsulada, fugaz, sobre cómo se construyeron las candidaturas y lo que puede ocurrir. Vinieron todos los candidatos; en particular los 4 que tienen más chances de llegar a la Presidencia y que, de no ser, ocuparán un lugar relevante en el ejercicio del poder. Todos recorrieron algunos sitios de la provincia con una forzada camaradería y mostrando un federalismo de cartón. Como contamos hace algunos días, Argentina es un país muy vasto geográfica, productiva y socialmente. Con menos recursos, escaso tiempo y, sobre todo, acotada visión; no se puede construir un proyecto nacional en pocos meses. Sí se puede construir una retórica; una plataforma y una campaña; pero que en el nivel del discurso se cae por su propio peso.
Patricia Bullrich es pura energía; un discurso que roza la violencia y que simplifica todo en consignas que suenan a arenga. Es, quizá, la candidata con menos volumen político propio dentro del trío que tiene más chances de llegar al poder. Es, por eso, la que más dependerá de otros aliados internos para formar un gobierno. Allí está la feromona que atrajo a los radicales: con Bullrich se ven más cerca del poder real por mutua necesidad. Javier Milei es pura energía. Él dice que es Rock, pero algunas veces se acerca más a la parodia de un rockero, más que a un músico estrella. Grita, imita cantantes y toma prestadas canciones (como hizo con ideas económicas en sus libros). Si el voto es un hecho emocional, Milei apela a esa estrategia.
Él y Bullrich son pura emocionalidad; quizá emocionalidad negativa: bronca, gritos de hartazgo y rechazo. Todo para convertirlo en capital político; en votos.
Horacio Rodríguez Larreta es el que más se preparó. Tiene más equipo y territorialidad propia. También más impostación de imagen y discurso; tanto que su campaña tuvo giros que lo dejaron al borde del ridículo. Ha tejido también alianzas estratégicas con la UCR y otros sectores; es mucho más permeable a las alianzas y cauto. El jefe de Gobierno no solo tiene un discurso moderado porque es su estilo, sino porque tiene compromisos previos y, sobre todo, se cree más cercano al poder. Rodríguez Larreta vino a Mendoza 5 veces en los últimos meses. Se reunió con sectores diversos y sus equipos montaron escenarios también distintos. Lo que le falta de carisma, busca contrarrestarlo con coucheo. Y usa la misma vidriera que llegó para quedarse desde la reforma constitucional de 1994: lo que ocurre en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Rodríguez Larreta y todo el Pro son el ejemplo más honesto que no importa lo que pase, piense o planifique el resto del país. Lo que importa es el voto de esos sectores, en especial el distrito “25”, que reúne más personas que varias provincias juntas. Por eso no importa ni siquiera dónde viva cada candidato.
Quienes están en el entorno de ambos, en Juntos por el Cambio, hacen una aclaración: las peleas internas son durísimas, pero “hacia abajo”, en los equipos, hay mucho más acuerdo de lo que se ve. Los equipos económicos, por ejemplo, trabajan juntos.
Sergio Massa tuvo una recorrida a lo Massa en Mendoza. El amor propio del ministro de Economía es, quizá, el principal motor para levantar la cabeza y creerse con posibilidades de ser presidente con el escenario económico del país. El mismo amor propio que le impide sonrojarse a Massa cuando esquiva las responsabilidades sobre la inflación, por ejemplo. El kirchnerismo se resignó a sus pies, el peronismo de Mendoza y de otras provincias lo tiene como punto de unión. Y muchos sectores empresarios ya lo habían bendecido antes. Pero esa burbuja, el “halo” de protección y autoconvencimiento no se condice por ahora con los resultados electorales (todos pésimos para el oficialismo) y con el techo electoral que le dan los sondeos a Massa. Podrá ser el “candidato más votado” en las primarias, pero está muy lejos aún de tener el volumen de aceptación como para ser electo presidente.
Fuera del contexto negativo, hacia el futuro los principales dirigentes de las dos alianzas más importantes destacan que desde la gestión nacional habrá un cambio respecto a lo que hoy ocurre. Primero, porque consideran que habrá un presidente que ejerza; sea quien sea. Segundo, porque Bullrich, Rodríguez Larreta y Massa tienen un perfil similar en algunos temas clave, como la macroeconomía. “Todos son pro mercado, tienen vínculos similares con el exterior y con el sector privado en Argentina”, explica un referente económico consultado por MDZ. En el Gobierno de Mendoza trazan líneas sobre lo que podría pasar, incluido un escenario con Massa presidente.
Qué se espera en Mendoza
Las elecciones nacionales serán influyentes para lo que pueda ocurrir en septiembre en Mendoza. En medio entre las PASO y las generales, se elegirá al nuevo gobernador. El vínculo con Casa Rosada será clave, pues Mendoza depende en gran medida de lo que ocurra en Balcarce 50 y, sobre todo, en el edificio contiguo, el Ministerio de Economía. Salvo Rodolfo Suarez, que fue un gobernador claramente opositor a Alberto Fernández, los mandatarios provinciales han sido oficialistas, casi siempre.
La obsecuencia no rindió frutos y la Provincia cayó en un pozo, a contramano, incluso, de las carreras individuales de quienes guiaron sus destinos. Sería injusto analizar la decadencia de la Provincia sin tener en cuenta la forma en la que se estructuró el poder desde 2003, con un centralismo extremo en el Gobierno nacional y con la política de la dádiva como eje. La administración de recursos discrecionales, incluidas las obras, determinó el destino de las provincias, sobre todo las que tienen bajos recursos automáticos por coparticipación. Mendoza, además, tuvo su propia decadencia y se empobreció en todo sentido.
La aspiración desde Mendoza es que la macroeconomía comiences a sanearse en un camino que será largo. Pero además esperan que a corto plazo sea el próximo presidente quien libere el uso de los 1023 millones de dólares que están congelados insólitamente para obras. De Marchi, Cornejo y Parisi ya hacen promesas a cuenta de esos recursos. Fue Cornejo quien le adelantó a los empresarios de la construcción que el destino será diverso: desde obras hídricas, hasta un plan de reparación de escuelas que “genere un shock” en esa infraestructura. La promesa es que allí trabajarán las PYMES de la construcción de Mendoza. En realidad tampoco quedan “grandes empresas” constructoras locales.
El domingo comienza el juego para saber quién se queda con el sillón de Rivadavia, ese mal nombrado espacio desde donde se contempla y se decide el destino del país. Argentina tuvo al menos 5 primeros Presidentes, más allá del propio Rivadavia. Pero quizá el más importante sea el sexto: el presidente que llegó al Gobierno luego de la dictadura y que gestó el período democrático más extenso de la historia. Sí, el mueble donde posa el presidente debería llamarse el “sillón de Alfonsín”. Como hizo Italia con la fundación de la República en 1946, Argentina podría construir su realidad en base a lo que pasó en los últimos 40 años, con el ejercicio pleno de los derechos constitucionales.