Elecciones 2019

Los sanluiseños deciden si despiertan o siguen viviendo una fantasía bananera

Este domingo se define en San Luis la continuidad de una misma familia repartiéndose el Estado provincial como si fuera de su propiedad, o si le da paso a una verdadera alternancia que les de a sus habitantes la posibilidad de crecer como sociedad y ciudadanía, no solo dependiendo de su grado de sumisión para conseguir unos pesos a fin de mes.

sábado, 15 de junio de 2019 · 13:08 hs

Un análisis que hizo el portal Chequeado.com definió que la provincia de San Luis, con más de 30 años de la misma familia, la Rodríguez Saá, decidiendo desde el poder, es solo equiparable a los gobiernos del norte de África, como el de Hosni Mubarak, quien fue presidente de Egipto durante 30 años, o la de Muammar Al-Ghaddaffi, que gobernó Libia desde 1969.

Este domingo la familia concurre dividida. Los hijos están grandes y ya opinan. No pudieron los padres, "El Alberto" y "El Adolfo", ceder en favor de su esposa y de su hijo, respectivamente, porque el daño colateral en función de los celos hubiera llegado a una escala mayor de conflicto. Entonces se pelearon ellos. Primero, "de mentirita", como para tensar y juntar votos con los dos brazos. Luego, en serio: este domingo van por separado, tras un largo camino de traiciones y escándalos que los involucra tan solo mirando esta etapa electoral y haciendo caso omiso de todo lo que pueda haber escondido en el pasado.

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¿Quién ganará este domingo en San Luis?

La tercera fuerza es empujada por toda la oposición, que incluye a dos peronistas en la fórmula: Claudio Poggi, el único gobernador "no Rodríguez Saá" de esta etapa democrática y Enrique Ponce, intendente de la Ciudad de San Luis y kirchnerista hasta que Alberto Rodríguez Saá le ocupó el espacio, tras haber sido menemista, antikirchnerista, cuasi macrista y mucho más, de acuerdo a su conveniencia.

Poggi y Ponce concitan la atención de todo el resto de las fuerzas democráticas que pujan por un San Luis integrado a la República, y no aislada en su feudalismo posmoderno, en el que los más humildes habitantes viven de rehenes de una familia -ahora dividida y, por lo tanto, generando una tensión total en la gestión del Estado y en la vida sanluiseña-  a la que se les tira unos pesos por ser fieles y hasta se pagan salarios a futuro por obras -por ejemplo, hospitales- que un día los tendrá como empleados, con tal de conseguir su voto y dejarlos continuar en el poder.

¿Por que alguien se aferraría de tal modo al cargo? Es una buena pregunta para hacerse, siempre.

La alternancia es garantía de controles, contrapeso político, renovación, circulación de ideas. Pero sobre todo, para que el resto de los poderes se mantengan independientes y trabajen al servicio de los ciudadanos y no del Poder Ejecutivo.

En San Luis ha pasado de todo y es tan aplastante el poder vigente que pocas veces han logrado conmover a su ciudadanía, disminuida al rol de clientes.

Conformistas hay en todos lados, y en Mendoza lo sabemos. Si en San Luis se vive una fantasía bananera, el sueño de los tontos hace que Mendoza esté cada vez más atrás en la escala de producción económica del país, ahora detrás de Neuquén. En Mendoza se nos ha convencido que el éxito de un puñado de bodegueros es la garantía del progreso de toda una sociedad que no tiene que hacer ninguna otra actividad económica. En San Luis, el endiosamiento de una familia genera lo mismo.

Pero la diferencia está en que aquí hay discusión e institucionalidad, cosa que parece prohibida a los ojos del Señor Feudal a tan solo unos 200 kilómetros de distancia una capital de otra.

Aquí será cuestión de despertarnos y allá, primero tendrán que romper una ilusión impuesta por la fuerza y por todos los medios, de arriba hacia abajo. 

De todos modos, es una tarea que les corresponde exclusivamente a los sanluiseños. 

Es muy posible que si consiguen integrarse al resto del país, con una provincia maravillosa, llena de potencialidades, logren mucho más que un puñado de monedas a fin de mes a cambio de la lealtad y puedan sentirse protagonistas y no solo convidados o castigados, según sea su relación con la familia gobernante.