Mendoza es chica y nos conocemos todos. Hace un tiempo, conté en una nota, en forma de texto y en ocasión de conmemorarse un nuevo aniversario del golpe de 1976, una serie de imágenes de la infancia que me retrotraían a las épocas de violencia atroz en la Argentina. Lo hice en bruto, como lo recordé en mis propias palabras o en las de mis padres, un relato archivado en mi memoria histórica. Hable de una guerrillera a la que mataron, cayó de un techo y patearon, a al vuelta de mi casa.
A los pocos días me dijeron quién había sido esa mujer, me hablaron de su expediente judicial actual, de su historia, de su familia. Un escalofrío me sacudió: se trataba de una de las tantas historias jamás contadas, esas de las que no hubo oficialmente testigos ni denunciantes en la Mendoza de la dictadura. Pero de la que mucha gente puede acreditar que lo vio, muertos de miedo detrás de las cortinas de su ventana. O que pueden admitir que el pánico les bloqueó esos recuerdos por décadas.
El domingo pasado Alejandro Canito Frías, maestro de profesión que ha cultivado su oficio de periodista en MDZ, abrió su propia ventana; corrió las cortinas de su pasado y nos contó lo que vio. Tras la detención de su vecino Carlos Rico por haber sido protagonista de uno de los momentos más oscuros de nuestra historia, contó su vida en el mismo barrio con él y con otros sátrapas.
Lo hizo con estilo: dejó a salvo a las familias de estos personajes, pero proyectándose hasta aquellos días en que como escribió- crecí en un barrio de Dorrego en el que jugué con los hijos de asesinos, torturadores, secuestradores, violadores, apropiadores, ladrones. Crecí en un barrio en el que fui feliz junto a esos niños que fueron acariciados por las mismas manos que asesinaron, torturaron, secuestraron, violaron, apropiaron, robaron.
No pasó mucho tiempo para que por debajo de la puerta de la casa paterna le tiraran su propio artículo impreso. Un aviso. Pocas horas después, mancharon las paredes del frente con pintura color sangre.
Siguieron: ahora le mandan amenazas por Internet.
![]() |
Cobardes, como lo han sido siempre, los cultores del terror prefieren mantenerse tras bambalinas y operar desde allí. Son muy machos para agredir, pero mariconazos (usando sus propios términos anacrónicos) a la hora de dar la cara. Ni siquiera se hacen cargo de su propio deber cumplido. Hasta lloran cuando se les condena por sus crímenes.
Algunos, hasta se atreven a hablar de política cuando no fue ésta su recurso, sino el crimen encubierto por el Estado su herramienta única.
Lo que ha sucedido indica que nuestra democracia todavía está inmadura y que sus instituciones tienen mucho por crecer todavía. Rico, el aludido por la nota de Frías, blanqueó sus preferencias políticas y las puso en práctica, irónicamente desde los equipos de seguridad del Partido Demócrata, la principal fuerza política que puso a disposición de la dictadura militar su estructura y sus hombres. Luego, se integró a un reciente gobierno de la democracia. Por lo tanto, hay mucha gente que tiene cosas que decir frente al repudiable hecho: los que recibieron la historia del represor y sus ideas con los brazos abiertos, los que le creyeron que sus métodos son reivindicables y los que pusieron bajo sus órdenes nuestra propia seguridad, 30 años después de la dictadura de la que fue un hijo preferido.
La justicia tiene en sus manos la palabra y la acción.