La conservación del cuerpo es la expresión más fascista de humanismo burgués
Pensamiento salvaje, la columna de Padilla. El placer viene después. Gastar el cuerpo para revivirlo. Una paradoja. Una economía del gasto. Gastar sería invertir y destruir. Ahora bien, dejarlo todo por una idea ¿Qué sería?
Venus y Adonis.
Hacer gimnasia es salud pero también es estética. Correr, o subir escaleras para no pensar. Nadar kilómetros para depositarnos extenuados en una cama. El placer viene después. Gastar el cuerpo para revivirlo. Una paradoja. Una economía del gasto. Gastar sería invertir y destruir. Ahora bien, dejarlo todo por una idea ¿Qué sería?
¿Por qué hay personas que cambian las ideas? Porque se han dado cuenta que deben cuidar el cuerpo. El cuerpo es su base material para seguir, pero con otras ideas. Y la conservación de aquél implica la destrucción de las ideas originales para montarles otras, ataviadas de razones, que prescriben como médicos los cuidados de los órganos, que son muchos, y que te llevan el resto de la vida en la tarea burocrática de protegerlos.
No hay revolución sin poner el cuerpo al servicio de la misma. El cuerpo está ahí para ser usado, puesto en juego, dispuesto a sobrecargas. El cuerpo en todo caso se cuida solo, mientras se expone, se cuida solo. La conservación del cuerpo es la expresión más fascista de humanismo burgués. Al final, no hay final. Nunca nada empieza ni termina. Estamos, nunca venimos. Y transitamos con una idea de futuro. Pues el estruje del cuerpo no tiene más que pasado de buenas excitaciones y descargas. ¿Por qué hay que cuidarlo tanto, entonces?
Se puede vivir en coma, estado vegetativo, shockeados de por vida con el cuerpo inmóvil, cuidado y protegido. Podemos exhibir el cuerpo mórbido y pasearlo por oficinas, trabajos, colectivos, cumpleaños de 15, hasta por sepelios de otros cuerpos. Pero el cuerpo siempre debe ser mostrado, parece. Dar testimonio. Esa es la tarea de la presencia de los cuerpos.