Opinión

Somos como esos vecinos que no pagan las expensas

En cada barrio hay un vecino que pone excusas y no se hace cargo de sus deudas. Más allá de la realidad de cada uno, hay cuestiones de fondo sobre las que algunas casas prefieren no trabajar para mejorar

domingo, 1 de septiembre de 2019 · 12:07 hs

El barrio es diverso y tiene todo tipo de realidades, pero dentro de cada una de ellas son pocos los casos como el de nuestra familia, la cual cambia radicalmente dependiendo de quien la tenga a cargo y tiene ciclos que hacen que cada cierta cantidad de años vivamos convulsionados a un nivel que no nos permite proyectar, pagar nuestras deudas y tampoco pagar la expensas.

La Argentina fue y corre el riesgo de ser, otra vez, el vecino incumplidor del barrio, ese que vive en el desorden, que gasta lo que no tiene y que después tiene que salir a poner la cara para que le perdonen las expensas.

Si analizamos rápidamente el barrio, nos damos cuenta que claramente la familia que tenemos es una de las más grandes, de las que más ingresos debe generar, pero también es de las más desordenadas y de las que gasta más allá de sus posibilidades. Es de esas donde algunos se levantan temprano para laburar y ponerle el hombro, pero otros se quedan en la cama, se levantan al mediodía y sólo preguntan que hay para almorzar.

Seguramente desde adentro algunos -especialmente de los que son parte del segundo grupo- dirán "pero es una casa donde estudias gratis y la salud es gratis", lo que claramente es cierto. Sin embargo, también es cierto que es una casa donde no sabés lo que va a pasar mañana y vivís con el temor de que todo se te vaya al carajo.

Con los pro y los contras que existen en las casas vecinas, donde te cobran para ir al médico o que tenés que poner mucha plata para estudiar, tienen algo que por estos días estamos deseando. Hablamos de estabilidad y previsibilidad, algo que permite proyectar más allá de las condiciones propias de cada familia.

Quizás naces en una familia en la que hay que poner plata siempre para mantener la casa y donde estudiar te cuesta un montón. Sin embargo, también es una casa donde sabés que si te levantás temprano, laburás y le ponés el hombro, mañana podés comprarte lo que querés y vas a poder tener una mejor condición. Eso porque más allá de quién sea el jefe de familia, existe la estabilidad y podés tener un proyecto con un plazo razonable para ampliar la casa, cambiar el auto o lo que se pase por la cabeza, sin el temor de que todo explote en la economía familiar.

Por el contrario, en la casa que habitamos vos sos el que se levanta de madrugada, el que labura todo el día e igualmente en un momento el jefe de familia te dice que tenés que poner tu plata porque alguno de tus hermanos -de los que se levanta al mediodía- se fue de joda y se gastó el dinero que estaba guardada en la cajita de lata que tienen encima de la heladera. O, en su defecto, que no lleguemos a fin de mes y pidamos prestado, pero que no aprendamos y sigamos gastando de más. Que ese gasto sea tanto que ya no le podamos pedir prestado al vecino más justo y con mejor onda, sino que le tengamos que pedir al administrador que nos va a obligar a dejar de usar los espacios comunes y gastar menos luz y agua.

Las otras casas y familias no son perfectas, y quizás tienen menos herramientas que nosotros para crecer, pero tienen algo que a nosotros nos hace mucha falta. Lo que tenemos que entender es que lo que pase en la casa y en la familia nos afecta a todos, nos va a golpear de una u otra manera, pero siempre está la opción de cambiar el rumbo, sentarnos a la mesa y como personas civilizadas decidir lo que tenemos que hacer para que no tengamos que volver a ser los desordenados del barrio.

Ahora está en nosotros decidir qué tipo de casa queremos, una donde quizás nos cueste todo un poco más o una donde la joda nos pase por encima, donde gastemos lo que no tenemos y no podamos proyectar ni lo más mínimo.