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Opinión

Se escuchan tiros, están armados

Una habitante de un condominio privado de El Challao, doctora en Filosofía, desentraña modos de ser en esos barrios, respecto del tema de la seguridad.
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Como en La Aldea cada pequeña comunidad tiene su dios y su demonio y, si no los tiene, los crea. Pero qué pasa cuando se asume que hay una Zona en la que los asesinos del demonio son sus mismos creadores.

Vivo en un condominio casi al pié de la montaña. Para los amantes de las plantas xerófilas, de los zorros, los búhos, diversidad de aves nativas y liebres y cuis, resulta ser un espacio propicio que recrea las condiciones de una villa austera, aislada, silenciosa por la que se puede salir a correr entre cerros, hacer descensos y ascensos en bicicleta, practicar senderismo y parapente.

Para otros el Condominio es un barrio privado. En parte, no se equivocan. Privado de agua potable, de cloacas, de gas y electricidad. Vivir en el El Challao implica que la vida doméstica se reproduzca  con lógicas muy diferentes a las que circulan en la Ciudad. De tanto en cuanto hay que llamar al camión que traslada agua (no apta para consumo humano) a las cisternas instaladas en cada lote.  Los 8mil litros que conservamos de una vez permiten que una pareja pueda al mes: bañarse cada tres días, lavar el auto sólo dos veces, no regar, lavar la ropa casi como en la Ciudad pero después de haber sido usada más de tres veces.

Cuando decidí construir en este lugar estimé posibilidades de menor impacto tanto para la zona como para la vida. Pensé en alternativas ecológicas como paneles y calefones solares (el costo y el espacio físico en el terreno no amortizaban la inversión), calderas (el sarro que producen los minerales del agua de pozo hacían inviable la opción), las salamandras podían resolver parte del problema, pero el costo en leña es altísimo. Opté por comprar un calefón y un horno eléctrico. Si bien, por tratarse de un condominio sin fraccionar, EDEMSA expide una factura común que, los vecinos “dividimos” según el consumo de cada medidor por terreno, la alternativa supuso costos entre 200 y 300 pesos mensuales sólo en luz. Las calles no están asfaltadas. No contamos con servicios municipales, por eso, trasladamos la basura hasta el ingreso del barrio de adelante. Sí, de delante. Esta Aldea no tiene ingreso independiente. Pagamos derecho de paso. Unos veinte mil pesos al mes, entre todos, para ingresar a nuestra Zona.

Así presentado, el Condominio podría asemejarse a La Aldea. Una villa presentada en la película dirigida por Shyamalan en el 2002. Un lugar que delimita los adentros y los afuera a riegos de algunos y ganancias de otros. El Condominio, corazón de Manzana entre el Cerro Arco (NO) y el Cerro de la Gloria (SE). Funciona como tapón para el Dalvian al Oeste y, hacia el Norte de frontera con Alto Challao, La Yaya y El Corredor del Oeste. Parte de nuestras expensas se destinan a limpiar el zanjón aluvional sin ayuda municipal. Como saben esta es zona de arrastre y podría volverse un caos si estos ríos naturales estuviesen obstruidos. Así, el adentro y el afuera del Condominio parece ser claro a veces y dependiendo del lugar en el que estemos parados.

Del mismo modo en el que las fronteras y los puntos de referencias son discutibles también están los de adentro y los de afuera. Como en La Zona. Recordarán la película Mexicana dirigida por Rodrigo Plá, en el 2007. Un barrio residencial que se protege de la delincuencia, es decir, se protege de los que están afuera, con altos muros, cámaras de seguridad y alambradas electrificadas. En La Zona, la vida es diferente a la de los barrios pobres de México. Algo similar a lo que pasa en La Aldea. Quizá en el Condominio haya un insipiente brote de lo que ya se ha instalado en Barrios Privados. Nosotros no tenemos paredes de hormigón. Pero estamos armando queriendo o sin querer las líneas que separan a los unos de los otros, profundizando la desmesurada diferencia social. En nuestra zona no contamos con ningún tipo de privilegios como en La Zona en la que un edicto judicial les permite a los vecinos lidiar con sus propios problemas sin intervención policial apelando a medidas totalitarias, irracionales en manos de una masa que furibunda se asume impune.

Eran las 2.45 am entre los vecinos corrían mensajes “¡Se escucharon dos disparos! ¿Alguien escuchó algó?” a lo que alguien responde “acaba de sentirse un tiro por aca” otro dice “tranquilos no pasa nada, hoy se habló de eso en la reunión”, “es el cuarto”, “esos son tiros, no ruidos”.

La cuestión es que han habido algunos robos en el condominio que han implicado pérdidas y roturas materiales. Pagamos expensas también (aparte de la luz) y de allí se destina un porcentaje a vigilancia y portería. Pero una persona en el ingreso con un rondín de noche no fue suficiente para detener la “ola” de robos. Hicimos algunos cambios que implicó que debatiéramos algunas cuestiones. ¿Cómo asegurar un predio abierto que protege de algún modo el ingreso a cuatro comunidades más pero que se abre hacia el sur oeste? Algunos propusieron reponer telas, instalar boyeros eléctricos, luces con sensores de movimiento, cámaras. Pedimos presupuestos. Todo lo cual supone costos altísimos que expensas de 450 pesos no pueden cubrir. Algunos consideraron que cada vecino se hiciese cargo de lo que pueda en su casa: alarmas, seguros, luces con sensores. Revisamos medidas de seguridad. Porque ¿la seguridad es una cuestión individual o es de todos? ¿es algo que se da, que se paga, que se recibe, es pública, gratuita?

Los encuentros entre vecinos nos llevó a pensar en qué esperábamos de un portero. Nos dimos cuenta que no queríamos un servicio de portería. Abrimos el espacio para decir qué queríamos ¿seguridad? ¿y eso qué significa? ¿cómo se viabiliza un espacio seguro? ¿son los otros los que me tienen que dar seguridad a mí? ¿cómo es que otro me da seguridad? ¿con móviles policiales? ¿con perros amaestrados? ¿con un vigilante? ¿muchos vigilantes? ¿un escuadrón? ¿el grupo GEO? ¿con armas es suficiente? Claramente esto significó revisar muchos de nuestros prejuicios y estereotipos respecto de qué es ser ciudadano, qué puede hacer uno adentro y qué afuera de su casa. Nos detuvimos no tanto en quién es el delincuente sino en qué hacer con él.

Debimos revisar sospechas, indicios. Así aparecieron los de siempre “los albañiles” o “el negro de al lado”, “el chimba del otro barrio”. Todo lo cual nos llevó a inhibir el ingreso de algunos vecinos. Prohibir el paso por sospechoso. Denunciar por las dudas. ¿Qué hacer entonces si el sospecho que tiene prohibido el paso, ingresa igual? ¿le pedimos que se retire? ¿lo sacamos entre todos? ¿lo linchamos? ¿qué hacer si en vez de llamar a la policía se prefiere pagar un servicio privado en busca de una seguridad que no tenemos. ¿Qué atribuciones tiene una empresa privada para ofrecer seguridad a un grupo? ¿Deben usar uniforme? ¿Pueden portar y usar armas? ¿Pueden revisar autos? ¿Pueden solicitar que los ingresantes al condominio que acrediten identidad? ¿Pueden abrir autos y revisar bolsos? ¿Pueden ingresar a las propiedades? Es increíble lo dispuestos que estamos a renunciar a nuestra intimidad para sentirnos seguros. Para asegurarnos un bien estar ahora es indispensable avisar cuándo estamos y cuándo no, quiénes son propietarios y quiénes no, qué tipo de relación se tiene con los ingresantes, cuánto tiempo dura su permanencia como invitados... algo similar a lo que se ha naturalizado en un montón de Barrios Privados.

Formar un grupo en WA nos permitió organizar los horarios y lugares de encuentro para las reuniones y además dar aviso de cualquier situación extraña, urgente, un SOS. Esa fue el canal por el que una vecina continuaba el intercambio a las 3 am “¿Le preguntaron al guardia?” a lo que otro se suma diciendo “¿pero el guardia qué está haciendo? ¿alguien dio aviso de los disparos?” y, para sorpresa de algunos, un vecino confiado dice “están persuadiendo un poco” y, otra para minimizar un poco la cosa dice “si son petardos, quédense tranquilos, hoy no pasa nada”.

Es increíble la sutil manera en la que para generar una zona segura usamos estrategias que a otros los vuelve delincuentes, criminales, incivilizados. ¿Cuánto vale tu televisor? A vos, propietario, a vos vecino, al de adentro le pregunto ¿me responderías una vida?. Yo te digo, tengo miedo, todavía no matamos a dios ni a sus criaturas como en La Aldea ¿quiénes están dispuestos?



Mariana  Alvarado, Doctora en Filosofía.