Opinión
¿De enemigos a socios?

Dmitri Medvedev llegó al Kremlin con ideas propias, pero totalmente afinadas con la línea establecida por su mentor y antecesor Vladimir Putin.
Tras fracasar en el rechazo a que la OTAN llegue hasta las fronteras de Rusia, incorporando a ex miembros del Pacto de Varsovia como Polonia y la República Checa, y también a ex repúblicas soviéticas como los estados Bálticos y próximamente Ucrania y Georgia, Moscú ha puesto en práctica una nueva estrategia.
El nuevo Concepto Ruso de Política Exterior, cuyo ideólogo es el actual presidente Medvedev, da un giro copernicano al planteo estratégico que podría resumirse en la siguiente idea: Si Rusia no puede alejar la OTAN de sus fronteras, entonces debe intentar que la OTAN desaparezca en una nueva alianza estratégica con los antiguos enemigos europeos.
El razonamiento de Moscú establece, con mucha lógica, que al haber cesado la Guerra Fría que les dio origen, deben cesar también las organizaciones y entidades de la Confrontación Este –Oeste.
De este modo, no sólo la Alianza Atlántica ha perdido razón de ser, sino también la Organización para la Seguridad y la Cooperación de Europa (OSCE). En este punto aparece una pregunta obligada: ¿Por qué Rusia quiere enterrar la OSCE, si es la única entidad de la que participa.
Los analistas europeos responden el interrogante afirmando que las exigencias de la OSCE en materia de institucionalidad democrática y derechos humanos, hacen que los gobiernos rusos se sientan permanentemente presionados y en situación incómoda.
Como contrapartida, Rusia le propone a Europa integrarse en un nuevo sistema de seguridad conjunto. O sea, pasar de enemigos a aliados. ¿Por qué? Sencillamente porque ya no tiene sentido mantener las posiciones de los tiempos de la Guerra Fría, y porque el escenario internacional vigente impone desafíos de seguridad que deben ser afrontados conjuntamente por Rusia y las potencias de Occidente.
Por cierto, la larga historia de expansionismo que se inicia con Pedro el Grande construyendo la Rusia Imperial, las largas décadas de amenaza soviética y las formas agresivas con que Vladimir Putin presionó recientemente a Europa valiéndose del suministro del gas, demorarán la decisión europea porque hay demasiada desconfianza acumulada.
Sin embargo, el análisis de la propuesta contenida en el Concepto Ruso de Política Exterior impulsado por Dmitri Medvedev vale la pena. Sobre todo porque Europa es reacia a gastar lo que gastan las superpotencias en sistemas de defensa.
El problema, en todo caso, es que Rusia siempre propone acercamientos y alianzas al mismo tiempo que expone incrementos en su poder armamentista. Esta vez, Medvedev lanzó la idea de unidad ruso-europea el mismo día que el Ministerio de Defensa presentaba un abrumador plan para modernizar su flota nuclear con cinco modernos portaaviones
Y submarinos con misiles balísticos intercontinentales.
El rearme ha sido la constante de estos últimos años. Rusia proyecta su soberanía sobre el Círculo Polar Ártico; recupera y defiende su liderazgo regional; somete a sus vecinos colindantes e impone condiciones a Europa usando el petróleo y el gas como instrumento de presión y patea el tablero del Tratado de Fuerzas Convencionales, lo que implica desafiar a la OTAN reiniciando la carrera armamentista en términos cada vez similares a los de la Guerra Fría que Medvedev acaba de dar por muerta y sepultada.
El último paso del rearme ruso fue elocuente respecto al objetivo de recuperar la influencia de los tiempos soviéticos: se anuncií el reinicio de los vuelos estratégicos, o sea que nuevamente pondrá aviones bombarderos con misiles nucleares aire-tierra a recorrer largas distancias por espacios de tiempo superiores a las veinte horas.
Reforzando el anuncio, a los bombarderos estratégicos Tu-95 (modelo tradicional) se sumarán naves nuevas y también naves tradicionales pero en versiones modernizadas. Por caso, en los próximos diez años se construirán 60 bombarderos estratégicos de largo alcance TU-160 y TU- 95 (versión remozada de viejos modelos soviéticos).
También serán modernizados los misiles balísticos intercontinentales además de construirse 36 Tópol- M, que son proyectiles de ojivas dobles y, según Moscú, capaces de eludir escudos antimisiles.
Con esto ya alcanza para volver a hablar de carrera armamentista; pero hay más: Los submarinos recibirán misiles Bulava, que son los proyectiles Tópol pero modificados para que puedan ser lanzados desde el agua.
La lista del rearme sigue con 66 nuevas plataformas lanzamisiles y otros elementos bélicos de altísima sofisticación; pero es más significativo el hecho de que todo haya sido anunciado en Chebarkul, localidad de los Urales donde se realizaron los últimos ejercicios bélicos conjuntos de la Organización de Cooperación de Shangai, de la que forma parte China.
Por un lado, está claro que Rusia no tendrá posibilidad alguna de tratar de igual a igual con sus antiguos enemigos si aceptara pasivamente el escudo antimisiles que Washington quiere desplegar en tierras polacas y checas, y sin un poder militar respetable.
Pero también es lógico sospechar que, proponer una sociedad ostentando poderío bélico, implica que Rusia quiere con Europa una relación a su medida.