Opinión
Itinerarios del rock y la política: ¿dos mundos desencontrados?
El rock se construye desde la antipolítica
El movimiento de rock nacional aparece a mediados de los años ´60. Al igual que su contraparte norteamericana e inglesa, la música, fue sólo una parte de una compleja actitud de vida caracterizada por un profundo cuestionamiento a la sociedad de su tiempo.
El rock puso en cuestionamiento las formas y contenidos morales de la sociedad de los 50, esto es, la forma en que usualmente los adultos entendían dicha sociedad. No obstante, en la década de los sesenta, el tipo de práctica social e ideológica que giró en torno del rock nacional, fue sólo una de las posibilidades con que contó la juventud argentina para expresar su identidad. En este sentido, el rock nacional construyó sus prácticas y convicciones, enfrentando por un lado, a la música comercial, y por el otro, a las prácticas políticas de la juventud de izquierda, peronista y no peronista.
En el juego de interpelaciones de la época, el rock nacional intentará representar y atraer a jóvenes de los estratos medios y bajos de la sociedad, jóvenes que ni se sentían consumidores de música comercial, ni tampoco militantes políticos o guerrilleros.
De esta manera, el rock nacional construye su sentido en una especie de tierra de nadie. Es justamente por aquellos años cuando aparece el rótulo de “música progresiva nacional”, denominación que intentaba diferenciarse de la música comercial, y remarcar el carácter musical y no político del movimiento.
El rock de los 70 como escape de la política
Sin embargo, al inicio de los años 70, las disputas internas en el rock nacional entre “eléctricos” y “acústicos” “comerciales” y “progresivos”, quedan subsumidas a una disputa y controversia más general en la sociedad argentina: Joven “escapista” vs. Joven “comprometido”.
Para amplios sectores de la juventud de los 70, la política era una forma privilegiada de vivir la juventud, una forma digna que merecía la despreocupación hacia el consumismo, hacia el pasatiempo que ofrecía el sistema, fundamentalmente, a jóvenes de las capas medias.
Es por ello que para la juventud de la militancia política, las propuestas del rock nacional aparecían cargadas de individualismo, sin contenido social y condescendientes con el sistema. Estas dos cosmovisiones, serán las que encapsulen a la mayoría de la juventud argentina de esa década: dos formas de ver la vida, extremas y enfrentadas: la militancia y la introspección, la acción política en el ámbito de lo público vs. el cambio interno. Unos dan la vida por sus ideales revolucionarios, otros también la dan con la experimentación de las drogas, en busca de un mundo más pleno de sentido.
Con la dictadura del 76, se termina de instalar el miedo como atributo social. El movimiento juvenil no es ajeno a esto, ya que la cultura del miedo y la sospecha lo tiene como destinatario. La represión se dirige principalmente a este grupo etario: un joven era sospechoso hasta que probara lo contrario.
Un dato objetivo fuerte: según el sociólogo Pablo Vila que investigó las relaciones entre la dictadura y juventud, el 67% de los desaparecidos durante el periodo 1976-1983, fueron jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 13 y los 18 años. Y mientras el movimiento estudiantil y las juventudes políticas, poco a poco, desaparecen como marco de referencia y sustento de identidades colectivas, el rock nacional se afianza como ámbito de construcción de un “nosotros” que excede ampliamente los límites de sus seguidores habituales, transformándose en un ámbito de “supervivencia simbólica” para la juventud Argentina.
De la primavera democrática al rock alternativo de los noventa
Luego vendrá la primavera democrática pos Malvinas, el hedonismo pop y el proceso de individuación de los públicos de rock. No obstante el dominio del pop de Soda, Virus, entre otros, aparecerán grupos contraculturales como los violadores, referentes del punk argento de aquellas épocas.
Lo distintivo sigue siendo la fragmentación de los públicos. Cada grupo tenía a sus consumidores y se enfrentarán ideológicamente respecto de la relación de sus músicas con la sociedad. Los “noventa” serán otra cosa. El rock nacional vuelve a recibir las influencias de la globalización en pleno proceso neoliberal y se fundirán estilos que rápidamente, como el grunge, se instalarán en la escena de producción roquera local. A mediados de los noventa, como intento de construcción de una nueva camada generacional frente a los popes locales como Fito y Charly, surgirá el “Rock Alternativo”, denominación que servirá de paraguas para el under de los brujos, babasónicos, los peligrosos gorriones, los caballeros de la quema, entre muchos otros.
Esta será la generación que lentamente irá avanzando en el mercado discográfico frente a las separaciones de los referentes que aglutinaban y dividían las audiencias roqueras argentinas por aquel entonces: Soda y los Redondos.
¿El rock de la concertación?
Tal vez, la última disputa que vivió el mundo del rock y sus públicos en la Argentina, fue la que protagonizaron los Redondos con Soda Stereo. Hoy, el rock nacional, no vive de esas controversias. Prácticamente todos los estilos en el rock son estilos de fusión, hibridación y mezcla de fuentes de experiencias que van del folclore al hip hop, del brit pop al jazz, de la cumbia al metal.
Y estas fusiones han diluido ciertas rivalidades propias del mundo del rock que antes clasificaban las identidades y los públicos. Podemos arriesgar la idea de que hay una convivencia más democrática, un diálogo multicultural en la producción y el consumo del rock en la actualidad.
Ahora bien, el rock, al no tener nunca una ideología fija, siempre estuvo propenso a superar sus propios límites compositivos y ampliar sus audiencias, o mejor, a integrarlas. Tal vez por eso hoy podemos ver en un mismo escenario a Kapanga y Catupecu machu, a Cabezones e Intoxicados, a El otro yo y a Leo García; sin que los públicos se sientan agraviados por el menú que ofrece el escenario.
La juventud argentina sigue encontrando en la música del rock un espacio de simbolización e identificación, y el rock, un antigénero por excelencia en nuestro país, se torna más creíble que la política, que la militancia, que las ya desaparecidas propuestas de construcción del “hombre nuevo” desde la izquierda. Hoy como ayer, el que moviliza es el rock. Con su discursividad y rebeldía, contiene ese espacio vacío de sentido en los pibes y lo no tan pibes. Eso sí, las compañías discográficas y la difusión, siguen tendiendo el poder de mostrarlos y desaparecerlos. Por ello, lo que Pablo Schantón escribía en una columna crítica sobre la situación del rock actual en revista La Mano, hace unos años, caracterizando a la coyuntura roquera como “la era del rock sponsor”, la de los grandes festivales auspiciados por marcas exclusivas: Quilmes Rock, Pepsi Music, Andes Rock, entre otros, cobra vigencia plena luego del “Andes vivo”.
Aquí, los rockeros nacionales construyen sus rebeldías frente al Estado y discursean en sus letras contra la política, pero son condescendientes con el mercado. Antipolítica pro concertadora entre los grupos, que mezclan públicos sin ideología fija. Una fiesta celebratoria de las discográficas y las marcas, donde todos ganan, pero que representan ya el establishment, mientras el under, hoy, debe andar por otro lado.