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Alarmante cifra de suicidios juveniles en Argentina y lo que hacen algunas escuelas

El suicidio adolescente no siempre anuncia su llegada. A veces se disfraza de distracción, de cansancio, de mal humor. Por eso la prevención empieza antes, con una mirada atenta.
Cada palabra dicha a tiempo puede marcar la diferencia. Foto: Archivo
Cada palabra dicha a tiempo puede marcar la diferencia. Foto: Archivo

Cada 20 horas, un niño o adolescente de entre 10 y 19 años se quita la vida en Argentina. El dato impacta y obliga a mirar de frente esta realidad. De hecho, algunas escuelas  no se quedaron de brazos cruzados y entendieron que no basta con enseñar Matemáticas o Historia. Crean espacios donde los chicos se sienten parte de algo. 

La escuela Dr. Juan Vicente Zapata en la provincia de Mendoza puso en marcha una propuesta llamada “Conectados”. No es un proyecto más. Incluye un "botiquín de salud mental" con talleres, juegos, ejercicios de respiración y actividades pensadas para explorar emociones sin juicio. La idea es descomprimir, frenar la angustia, desarmar el nudo que a veces aprieta sin que nadie lo note.

En Mendoza.

El director del colegio asegura que los chicos no solo necesitan aprender, también quieren ser escuchados. Lo que no se dice, muchas veces se transforma en peso. Y el silencio acumulado puede volverse insoportable.

Una herramienta que sumaron en esta escuela es Qaizen, creada por un joven de 17 años. Es una aplicación donde los alumnos se expresan sin tener que dar la cara. Funciona como un buzón virtual de confesiones y alertas. En Qaizen, los estudiantes hablan de bullying, miedos, conflictos en casa, dudas que no se animan a plantear en voz alta. Alguien del otro lado responde, orienta o simplemente acompaña. 

Una app creada por un joven de 17 años.

En Catamarca, en la escuela N°1 Riveras del Valle, un suicidio lo cambió todo. El impacto fue tan fuerte que los docentes decidieron hacer algo distinto. Pensaron en el fútbol como excusa. No para competir, sino para compartir. Así nació un proyecto de fútbol itinerante. No hay planillas, ni campeones, ni medallas. Hay partidos sin árbitro, donde la meta es encontrarse. A través del juego, los adultos detectan señales: cambios de humor, aislamientos, miradas que piden ayuda.

Los docentes no son psicólogos. Pero sí pueden abrir la puerta a una conversación. A veces basta con una charla en el recreo, una mano en el hombro o una invitación a quedarse un rato más después de clase. En la ciudad de Buenos Aires, la escuela Técnica N°7 tomó otro camino. Abre los sábados como un club de jóvenes. Hay ajedrez, campamentos, deportes y muchas ganas de construir comunidad. Ocupan el tiempo y le dan un sentido.

En esos encuentros, los estudiantes encuentran un refugio. El aula se transforma en cancha, fogón o taller. Se quedan hasta tarde, organizan actividades, se ríen, discuten, pero sobre todo se sienten parte de algo. Lo que tienen en común todas estas experiencias es la voluntad de no mirar hacia otro lado. 

Un desafío urgente

Hablar de suicidio es evitar el tabú, romper el miedo, abrir caminos. Cada palabra dicha a tiempo marca la diferencia. Cada charla espontánea es una forma de abrazar lo que duele. Estas experiencias en Mendoza, Catamarca y CABA muestran que hay caminos posibles. El aula, cuando se transforma, es un espacio de vida en medio del caos.

Argentina enfrenta un desafío urgente. Los chicos no pueden esperar. Necesitan que los adultos se animen a escucharlos. Que las escuelas se conviertan en lugares donde sentirse comprendidos. Y que nadie tenga que pensar que no vale la pena seguir.