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FARC: cuando meterse en Colombia no era para extranjeros

Doce años atrás, aunque uno fuera sudamericano, si podía viajar a otros países era considerado "pudiente" y factible de ser secuestrado. Así lo advertían en Ecuador, frontera con Colombia, zona de plena ebullición guerrillera.
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A pesar de los drásticos cambios sucedidos en tan poco tiempo en torno a las FARC, no puede decirse que ya es seguro viajar a la Colombia profunda siendo extranjero, y por ende "pudiente". Sí se puede arriesgar que al menos no será tan peligroso toparse con un comando guerrillero hoy que hace doce años, cuando los secuestros estaban en su agenda diaria.

Fue en febrero de 2000 cuando providencialmente pude hacer el viaje que tanto había soñado a Ecuador (insisto en lo de "providencial" porque un año después la debacle político-económica arrasó con los ahorros de muchos, servidor incluído). Desde muy pequeño, no sé por qué, se me había ocurrido que algún día me pararía en el medio del mundo y mi padre, por las noches, me contaba cosas como que por ejemplo si uno viajaba a Ecuador podía poner un pie en el hemisferio norte, y otro en el sur, y así estar sobre la mitad de la Tierra. Y yo, por supuesto, confiaba en él.

Al final pude cumplir mi ocurrencia de niño con algunas pretensiones de grande, y luego proseguí viaje hacia el norte hasta llegar a la frontera con Colombia, en plena selva amazónica. Fue un trecho antes de avistar San Lorenzo, pueblo de ascendencia africana en su mayor parte, donde caí en la cuenta que en esa remota región  un "gringo" o un extranjero se hacía raro de ver. Ya cuando nos bajamos todos los pasajeros de los tres autobuses que viajaban en caravana, y absolutamente todos eran hombres y mujeres de tez morena, se encendió la primera señal de alarma en mi interior.

Con la mochila de mano en el pecho y en plena cola para presentar los papeles en la garita de la policía, no me di cuenta cuando dos militares me pidieron que los acompañase a su puesto, ubicado en el otro extremo del camino. Confundido, lo primero que pregunté fue por qué yo tenía que comparecer ante una autoridad diferente. De los soldados sólo obtuve una sonrisa difícil de definir y el silencio de la jungla alrededor, mientras se miraban uno al otro con picardía.

El puesto militar de por sí inspiraba temor, no respeto. Parecía sacado de esas películas clase B donde el yanqui se pelea solo con 100 tipos de un país totalmente diferente en costumbres y rasgos, los disparos y las explosiones se hacen interminables y tediosas, sin que uno vea más derrame de sangre que la del hombro o la pierna del protagonista (quien a pesar de todo al final se salva). Las calaveras, volviendo al puesto fronterizo, miraban a los civiles con ojos vacíos, ya fueran negros o rojos, pero en cualquier caso, siniestros.

Luego de las preguntas de rigor de "de donde viene" y "a dónde se dirige", el militar a cargo del extravagante búnker de las "fuerzas especiales" selló el pasaporte y lo entregó sin más trámite. Obviamente que esperaba la pregunta del millón, a lo que contestó sin exagerar la nota en lo más mínimo: "Es por la guerrilla. Aquí nomás operan las FARC, y te todas estas personas, si secuestran a alguien, va a ser a usted". Mi cabeza se debatía en un torbellino de ideas que no lograba conectar: "Pero si yo soy argentino, y además no tengo dinero..." traté de excusarme ante quien además, no serviría de nada, llegado el caso. "Ellos no lo saben en el momento -me respondió el militar- asi que pueden pasar un tiempo desde que lo secuestren hasta que averiguen si les sirve o no..."

Por si aquello no hubiera sido suficientemente perturbador, le comenté a mi compañero incidental de viaje lo ocurrido en el puesto y el joven, muy tranquilo, me dijo que no sólo no me habían exagerado, sino que además me aconsejaba que caminara con él cuando llegáramos al pueblo. El tema era que si bien la gente era "muy buena y muy amable", al caer la noche y no haber autoridad policial en San Lorenzo, las calles no serían tan seguras para un extranjero. para más datos, el muchacho también era soldado.

Los autobuses nos dejaron a las afueras del pueblo, entre un descampado y un barrio casi sin luz al fondo. Recorrimos juntos el camino hasta un hotel en medio de la única calle principal y a pesar de haber insistido en recompensarlo invitándole a tomar unas cervezas esa noche o cualquier otro día, nunca más volví a ver al soldado. San Lorenzo fue un buen lugar, con viajes en canoa por los manglares, incursión a la selva colombiana con machete incluído, y una oferta de una hectárea rasa, desmontada, cultivable y un palafito por la irrisoria suma de 14 dólares.

De más está decir que ni por asomo tuvimos noticias de la guerrilla. Las FARC en esa zona eran patentes y más de una vez los militares del otro lado de las rías contaban de esporádicos enfrentamientos. A los secuestros, los ecuatorianos les atribuían el manejo del narcotráfico regional. Hoy, FARC no sólo se ha sentado negociar la paz con el gobierno de Colombia, sino que además nos sorprende con las declaraciones de uno de sus líderes, quien ha dicho que si los diálogos que principiaran en Venezuela y Cuba llegan a buen puerto, hasta podrían presentar candidato a presidente dentro de dos años.

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