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Jóvenes se ganan la vida con venta de chatarra recogida de los escombros

En medio de la destrucción generada por el gran sismo del 15 de agosto que azotó a Perú, los jóvenes se ganan la vida juntando chatarra entre los escombros depositados en las afueras de la ciudad de Pisco.
Hermes Medina Loza, junto a dos de sus hermanos y sus respectivas esposas, reúne cada día casi una tonelada de metales, un trabajo que esta familia realiza desde el día siguiente del terremoto de 7,9 grados en la escala de Richter que asoló la costa central peruana.

Las montañas de escombros proceden de los edificios del centro de Pisco, que quedó totalmente devastado a consecuencia del sismo que provocó la muerte de cientos de personas en esta ciudad, la más castigada por el cataclismo.

Entre estos edificios derrumbados se encuentran grandes construcciones, como la Iglesia de San Clemente y el Banco de Comercio, ambos situados en la Plaza de Armas de Pisco.

El sábado, Medina y su familia recuperaron 850 kilos de material, con lo que ganaron unos 600 soles (190 dólares), una gran suma si se tiene en cuenta que las personas reclutadas por el Gobierno para realizar la limpieza de la ciudad están cobrando 98 soles semanales (32 dólares).

Según explica Medina, todo está organizado y "cada persona tiene su grupo, que trabaja en una zona de las escombreras y cada uno junta allí el material que puede".

Luego esperan la llegada de los dueños de las chatarrerías, o ellos mismos les llevan el material.

"Hoy ya hemos recuperado 100 kilos de cobre", manifestó Medina, quien añadió que "lo más valioso es este metal, que se paga a once soles el kilo".

Él y su grupo beben continuamente leche, pues les protege "el estómago de las impurezas que desprenden los escombros", según dicen.

Muchos de los jóvenes que trabajan en esta zona tienen heridas en los brazos, mientras que otros se quejan de las piernas hinchadas tras casi una semana de labor.

Según Medina, que perdió su casa en el terremoto y ahora vive en una carpa "hecha con sábanas de cama" en la plaza de Villa Túpac Amaru, un barrio periférico de Pisco, él y su familia realizan este trabajo porque los víveres que les dan "no nos alcanzan para sobrevivir".

Según él, los refugiados en el campamento de Tupac Amaru no reciben suficiente ayuda, aunque las autoridades han establecido un reparto en el albergue para entregarla entre las familias instaladas allí, casi todas procedentes del arrasado centro de Pisco.

Durante el trabajo de esta semana, Medina y su familia han encontrado todo tipo de objetos, desde teléfonos celulares y cuadernos escolares a una campana de bronce, plata y un viejo piano.

"Nosotros dejamos que cualquiera venga. Quien agarra el hierro es para él y él lo acomoda y después lo vende", explicó el joven, quien recalcó que mantiene "buenas relaciones" con el resto de personas que buscan chatarra porque, asegura: "no vamos a pelearnos entre nosotros".

Los que no están muy de acuerdo con el trabajo de estas personas son los operarios de las máquinas que trabajan en la zona para acomodar y allanar los escombros.

"Es peligroso. Ellos se suben a los volquetes que llegan al vuelo y cuando nosotros tratamos de echarlos nos amenazan", dijo a Efe Alfredo Zapaldo, conductor de una de las máquinas.

Zapaldo explicó que a la zona llegan continuamente unos "50 camiones" cargados, cada uno de ellos con "entre 15 y 20 toneladas de escombros".

También dijo que, aunque no han "tenido ningún altercado serio", los jóvenes que trabajan en la zona "se ponen violentos".

"De la empresa para la que trabajo me llamaron hoy y me dijeron que iban a traer apoyo policial, pero hasta ahora nada. Supongo que habrá que esperar", concluyó resignado el operario.