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Por qué hablamos de acoso callejero

El domingo 27 de octubre la mesa de Mirtha Legrand contaba con la presencia del actor Nicolás Cabré. Con la perspicacia que la caracteriza, la diva de los almuerzos preguntó al invitado acerca de una desagradable situación ocurrida durante una función de su obra “Departamento de soltero”, la cual se encuentra actualmente en cartelera en el teatro Lola Membrives de Buenas Aires

domingo, 3 de noviembre de 2019 · 17:00 hs

En dicha ocasión, el actor fue blanco de comentarios y gritos por parte de tres espectadoras que se encontraban sentadas en primera fila. A quienes solicitó que hicieran silencio para continuar con la actuación. Al no obtener una respuesta favorable, se retiró del escenario.

“No me sentí acosado pero si cualquiera de los hombres que estamos acá nos paramos en la esquina y le gritamos a una mujer: ¡Vení que te parto! vamos presos”, comentó frente a los demás comensales.

Claramente el protagonista de “Tu parte del trato” está en todo su derecho de poner un freno a semejante situación y hacer su correspondiente descargo. Pero sus palabras respecto al acoso callejero que sufren las mujeres deben ser consideradas al menos con prudencia.

En abril de este año, el Congreso argentino modificó la Ley de Protección Integral de las Mujeres. El cambio introducido en la 26485, tuvo por fin añadir el acoso callejero a los tipos de violencia de género contemplados en su artículo 5. Definiéndolo como “aquella violencia ejercida contra las mujeres por una o más personas, en lugares públicos o de acceso público, como medios de transporte o centros comerciales, a través de conductas o expresiones verbales o no verbales, con connotación sexual, que afecten o dañen su dignidad, integridad, libertad, libre circulación o permanencia, o generen un ambiente hostil u ofensivo”. La ley incorpora la figura de acoso callejero  a la normativa vigente, pero no introduce sanciones diferenciadas para esos casos. 

La importancia de su distinción está en que, históricamente, las mujeres han sido y son las principales afectadas por estas conductas, también lo son las personas pertenecientes a las diversidades de género como lesbianas, gays, trans, travestis y personas no binarias. Por el contrario, dichas actitudes son mayoritariamente ejercidas por varones cis heterosexuales.

Éstas son prácticas no deseadas que generan un impacto psicológico negativo y que las mujeres, pueden vivir varias veces al día desde los 12 años, en promedio.

El impacto del acoso se demuestra en acciones cotidianas de la víctima como cambiar los recorridos habituales por temor a reencontrarse con él o los agresores. Modificar los horarios en que transita por el espacio público. Preferir caminar en compañía de otras personas. Modificar su modo de vestir buscando desincentivar el acoso. Por lo que esta conducta puede constituir una grave vulneración del derecho a la libertad.

Lo cierto es que, a pesar de que las mujeres han conquistado espacios públicos centrales en la sociedad, los patrones de comportamiento patriarcales se siguen reproduciendo. Todavía impera la idea de que los varones cis pueden opinar cuando les plazca sobre los cuerpos femeninos. Aún hoy escuchamos frases del tipo “Y bueno… ellos se tiran el lance, está en vos acceder o no.”

Pues no. No existe un derecho a “tirarse el lance", tampoco es un piropo ni alago si con eso estamos violando la privacidad y consentimiento de otra persona.

Por ello es que debemos ser conscientes a la hora de aludir explícita, o implícitamente como Cabré, a los avances legislativos que tienden a corregir las desigualdades que padecen las mujeres. Es imprudente sostener que los mismos constituyen privilegios. Por el contrario, son herramientas necesarias para equilibrar inequidades y más allá de las buenas intenciones que tengan, por el momento no han mejorado sustancialmente las cosas.